Capítulo 12

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Habían pasado dos semanas desde que Penny alternaba su trabajo en la Cheesecake Factory con sus horas en el Caltech. Tal vez las dos semanas más provechosas de su vida. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía pletórica y feliz, orgullosa de sí misma. El doctor Miller era un hombre realmente encantador. Le había concedido toda su paciencia mientras ella se habituaba a sus nuevas tareas y lo había hecho sin dedicarle ni un mal gesto, ni un reproche. Ni siquiera cuando, el tercer día, Penny había cambiado su agenda creyendo que era jueves… sin serlo. La pobre chica le suplicó su perdón casi con lágrimas en los ojos, pero el amable anciano simplemente le sonrió y le dijo que le gustaba mucho más la tarea diaria que ella le había programado, pues no aparecían las insulsas conferencias del doctor Brown. Sheldon, quien sí había ido a dichas conferencias, le había preguntado al buen hombre a qué se había debido su ausencia. El doctor Miller sólo le sonrió y contestó que su secretaria sabía planificar jornadas laborales mucho más interesantes. El joven físico frunció levemente el ceño, mientras el mayor le dedicaba una sonrisa y una palmada de gratitud en el hombro.

La joven repasó tres veces la agenda que había hecho esa mañana. Sí, hoy SÍ era jueves. Todas las citas estaban apuntadas en la hora correcta. El ordenador estaba encendido y rellenó los resultados del trabajo tomados ayer en las casillas correspondientes. Se levantó de su mesa, habilitada en una antesala del amplio despacho y se dispuso a hacer un café con leche. En ese momento, el doctor Miller entró por la puerta.

- Buenos días, Penny.- la saludó con una sonrisa.

- Buenos, días, señor.- la chica le devolvió la sonrisa, mientras miraba con atención la máquina de café. El doctor frunció el ceño.

- ¿De dónde ha salido ese artilugio?

- Oh, lo he traído esta mañana. Es de… bueno, en mi otro trabajo querían tirar esta cafetera y creí que sería una buena idea instalarla aquí. Así podrá tener listo el café cuando quiera, y además, está mucho más bueno que el de la máquina del pasillo. También puede hacer infusiones.

- Vaya, es una excelente idea.- el doctor se acercó y ella le pasó la taza humeante.- Muchas gracias.

- De nada, señor.

El hombre tomó un sorbo y se dirigió a su mesa, dispuesto a reanudar su trabajo sobre polímeros sintéticos de nueva generación. Advirtió el enorme montón de papeles que había en la mesa de la chica.

- ¿Y todo eso?- preguntó con interés.

La joven se sintió un poco avergonzada.

- Bueno… es… son apuntes de… física, matemáticas… Estoy intentando entrar en una escuela de interpretación y parece que hacen unos exámenes de ingreso como si fuese una universidad.

- Vaya, eso está muy bien. Aunque lo mío no es la física. Pero estoy seguro de que el doctor Cooper estará encantado en ayudarte si lo necesitas. Aunque he de decir, que si necesitas ayuda en química, Cooper no tiene ni idea.- añadió burlón antes de atravesar la antesala y desaparecer en el compartimento contiguo.

Ella intentó disimular la sonrisa al imaginar la cara que pondría Sheldon si le hubiera oído. Meneó la cabeza y se dispuso a concentrarse en todo aquel amasijo de papeles. Suspiró, llena de frustración. Nunca había sido una buena estudiante y estaba claro que eso no había cambiado. Todavía recordaba algunas cosas del instituto, pero otras estaban olvidadas por completo. Se devanó los sesos ante funciones matemáticas, parábolas, hipérbolas… La frustración pudo con ella y estuvo a punto de tirar todo al suelo. Se quedó pensativa. No podía darse por vencida nada más empezar. Y sólo había una persona que podía ayudarla. Se levantó decidida, tomó el cuaderno, el lápiz y los libros y avisó al doctor que tenía que ausentarse un momento. Tras recibir el permiso, salió al pasillo, cerrando la puerta.

La teoría es más sencilla que la realidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora