Capítulo 23

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Sheldon apagó el portátil y lo colocó en su funda, cerrándola cuidadosamente. Suspiró un momento y después recorrió con la mirada la habitación. Todo aparecía ya meticulosamente ordenado y recogido y había terminado de guardar las pocas pertenencias que había llevado en ese viaje relámpago. No pudo evitar sonreír cuando sus ojos se fijaron en la foto que había presidido durante años su viejo escritorio. Sheldon, con apenas doce años, sosteniendo el premio al más precoz talento científico, con Meemaw a su lado, sonriendo de puro orgullo. Siguió contemplando su antigua habitación, demasiado llena de recuerdos. Nada había cambiado allí. Sabía que su madre la mantenía exactamente igual que cuando él vivía aún allí, como si quisiera seguir sintiendo su presencia. Encima de la mesa había un montón de papeles, llenos de ecuaciones. Apretó los dientes. Siempre le ocurría aquello. Cada vez que volvía a su antiguo hogar, sentía muchísima nostalgia a la hora de partir. Era una contradicción, porque por otro lado, ardía en deseos de volver a Pasadena, a su apartamento, a su lugar del sofá, al Caltech, a su despacho, a la tienda de cómics… sí, incluso a la Cheesecake Factory. Nunca lo admitiría abiertamente, pero también echaba de menos a Leonard, a Raj… sí, incluso a Howard, su amigo Oompa Loompa. Mañana era noche de Halo y podría volver a estar allí, y hacer equipo con Raj para hundir en la miseria a Leonard y Howard. Todo volvería a ser como antes, o al menos eso esperaba. Sintió un aleteo de inquietud, al pensar en la última conversación con Penny. Sí, su vecina volvería a entrar en su apartamento para robarles la leche, para seguir pidiéndole ayuda con su examen, para seguir crispándole los nervios… Ella había dicho que nada iba a cambiar con respecto a ellos. Eso sería muy tranquilizador si no hubieran admitido que se gustaban. E incluso así, todavía seguiría siendo tranquilizador si la alocada joven que tenía por vecina no hubiera sugerido que podían incluir los besos y el sexo en su relación.

El joven físico tragó saliva. Últimamente, su memoria eidética también se dedicaba a torturarlo, bombardeándolo con imágenes de Penny en camisón, en bikini, sumergida en el mar, abrazándolo, besándolo… Exhaló derrotado. Sí, vale, de acuerdo. Esa chica le gustaba… un poco. Su osado sistema límbico ya empezaba a burlarse de él ante ese pensamiento, pero su poderosa corteza cerebral lo silenció inmediatamente.-"¡Sí, me gusta SOLO un poco!"

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando alguien apareció en el umbral de la puerta. Eleanor apenas llamó.

- ¿Puedo pasar, cielo?

- Meemaw, tú no necesitas preguntar eso.- dijo el joven, como si fuera lo más obvio.

La anciana sonrió cariñosamente y entró en la habitación. Se sentó despacio en la esquina de la cama y contempló el perfecto orden que había a su alrededor.

- ¿Ya has terminado de recoger tus cosas?

El joven físico asintió.

- Sí. El vuelo sale a las cinco. Tenemos que irnos en media hora. Espero que Penny conozca el significado de "media hora" y que sepa que equivale a treinta minutos.

Eleanor volvió a sonreír. Alargó la mano hacia él. Sheldon la tomó y su abuela lo condujo suavemente hasta hacerle sentar a su lado.

- Voy a echarte mucho de menos, Moonpie.- dijo ella, con una sonrisa triste.- Ojalá pudierais quedaros más tiempo. Estos cinco días han parecido una hora.- acarició con ternura el rostro de su nieto.- Me encantaría tenerte siempre a mi lado.

Sheldon sintió un dolor sordo en su corazón. Bajó la cabeza.

- Yo… también voy a echarte mucho de menos, Meemaw…- dijo, con voz entrecortada.- Pero te prometo que vendré mucho más a menudo.

Eleanor miró a su nieto con infinito amor y admiración. Su Moonpie, su Shelly. Ciertamente, ella quería a todos sus nietos muchísimo, incluso al descastado de George, pero no podía evitar sentir debilidad por Sheldon. Siempre había sido un niño muy especial. Y ahora era un hombre igualmente especial, con aquel hermoso corazón tan profundamente enterrado y celosamente guardado del despiadado mundo exterior. Con esos ojos tan azules y transparentes. Su mano acarició con infinita ternura la mejilla.

La teoría es más sencilla que la realidad Where stories live. Discover now