Capítulo 116- La sorpresa

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Capítulo 116

LA SORPRESA

Nicolás Santoro, se llamaba el barquero que trasladó al fugitivo Patrón. Su insigne porte era fiable a los ojos de Carlos, que fumaba en silencio, con resignación dudosa, en el barandal del pequeño navío pesquero.

El ocaso bañó de múltiples colores la tarde napolitana, en la bahía mediterránea. Otra noche, de las muchas que precedieron a esa que se avecinaba. La oscuridad era especialista en brindarle sorpresas, gracias a ella escapó ileso de sus enemigos en el pasado. Ahora no estaba muy seguro de contar con ella como su aliada, o su peor enemiga.

Las palabras inundadas de acertijos, cortesía de Rocco, se repetían en la memoria reciente..."Dios le dio una segunda oportunidad. Úsela sabiamente," le resaltó el maduro guardaespaldas italiano, durante el traslado.

-¡¿Por qué no me das una señal?! – Dijo en voz alta, al vacío – ¡Fui el hombre que apuntó el arma que mató a su madre! – Tiró el cigarrillo por la borda- mi destino es morir. Ambos sabemos que todos quieren mi cabeza, y que la supuesta segunda oportunidad es un regalo de tiempo extra que terminara pronto... - "¿A manos de quien he de morir?". Pensó, cerrando sus ojos, absorbiendo el calor de los cálidos rayos del sol poniente.

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-¡¿Braulio Corona, es tu hermano?!- Expresó aterrada, Celeste, después de escuchar la historia completa de boca de Vicente, en la intimidad de la habitación.

-¡Exactamente, es mi hermano! Pero, por favor, no lo repitas que sigue siendo un secreto, al menos para la D.E.A.- Le explicó Vicente, mientras acariciaba, inconscientemente, un mechón rubio de cabello de su pareja.

-¿Y ya hablaste con tú padre? ¿Él sabe que estas vivo? – Los verdes ojos de Celeste se agrandaron aún más, expectantes ante el fantástico relato.

-Ni siquiera sé si él fue quien dio la orden de matar a mi madre. Además, es un político en campaña. Imagina la escena –Vicente, extendió sus brazos, enmarcando el titular ficticio – Aparece hijo ilegitimo de candidato a la presidencia, en la semana electoral-Le hizo un guiño a Celeste, y continuó - ¡Hermoso regalo! ¿Qué tal?

-Viéndolo desde ese punto de vista, es mejor callar – Celeste siguió formando sus propias conjeturas -¿Y si no fue él? ¿Y si no sabe que estas vivo, y eres su hijo?

Vicente le miró escéptico – Lo dudo... es decir, uno sabe el riesgo que corre al acostarse con una persona sin la debida protección.

-Sí y no – Le dedicó una traviesa sonrisa – Una entrega total, a veces, esta desprovista de sentido común. Hay situaciones que te animan a actuar por puro instinto.

-¿Mi madre se apasionó por el político? ¿Ella perdió la perspectiva de lo que estaba bien o mal? – Vicente, sonrió malicioso.

-No. Tu madre se apasionó por el hombre. Sin etiquetas – Le acarició el rostro a Vicente, calmando su angustia – Eres el producto de un gran amor, quizás tildado por la sociedad, pero un gran amor, al fin y al cabo.

-Lo dices para hacerme sentir mejor.

-Lo digo porque es la verdad.

-Cuando me hablas, con tanto convencimiento, mi mente se abre... ¿Sabes que te amo? – Vicente, bajó sus defensas.

-Lo sé, mi galán ¿Y sabes que yo siempre te amaré?

-¿Siempre? – Preguntó, desplegando ese tono sensual, que pocas veces salía a relucir, acercando suavemente sus labios a los de Celeste.

-Siempre – Le confirmó Celeste, antes de sentir el cálido beso de su verdadero amor.

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Su cuerpo se movió inquieto entre las sabanas, en medio de la oscuridad. De pronto, Augusto Corona, se levantó de golpe, regresando al mundo real.

La pesadilla había quedado atrás.

Su rostro sudoroso, continuó contraído por la impresión de los feos pensamientos.

Prendió la luz de la lámpara de mesa. Se calzó las pantuflas y se dirigió a un lugar que no visitaba desde hacía bastante tiempo...la habitación de su hermano muerto, Edgardo Corona.

Al abrir la puerta miles de recuerdos volvieron a la luz, los afiches, las fotos, la ropa en el closet, el crucifijo en la pared, y la llave atravesada en el cuello del pequeño Cristo. Sus pasos se dirigieron directamente a este último.

El enorme cofre resplandecía en la tenue luz de la lámpara encendida. Augusto, introdujo la llave con confianza, como acostumbraba hacer en los últimos veintiséis años, casi veintisiete. Ese era su refugio personal, el sitio donde su corazón se abría sin reservas, en la práctica de una actividad que revelaba algo más que sus oscuros pensamientos. Allí no había secretos.

Sin embargo, a diferencia de las múltiples veces que entró, esta vez faltaba algo importante... Su diario, ya no estaba.

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (TERCERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora