XI

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Iba el padre Min de camino a la parroquia, ciertamente eran un poco más de las cuatro de la madrugada, cuando había salido de la habitación de Park Jimin, asegurándose primero de que el rubio estuviera nuevamente dormido y bien abrigado, había besado con delicadeza la comisura de sus labios antes de ponerse de pie y dirigirse a su mochila de tela, de la cual sacó un empaque de papel color marrón y lo dejó cuidadosamente a un lado de su cama, sobre una pequeña mesita de madera.

Sonrió tiernamente al sentir alegría dentro de su corazón, porque aquella imagen de Park Jimin, inocente y pura, durmiendo tan tranquilo y en paz, le hacía sentir lleno, como quisiera de alguna manera poder despertar cada mañana de sol con aquella vista de colores en su propia almohada.

Luego de un largo suspiro perdido en la preciosa extensión de aquellas hebras doradas, se acercó a la ventana y en silencio salió.

Caminaba con la vista perdida en la tierra de la carretera, mientras su mente viajaba cual aeroplano sobre las nubes de algodón en la inmensidad, visualizaba sobre aquellas, la hermosa sonrisa del Joven Park coloreando cada lugar. Pensó, que los labios de Jimin eran como dos camarones, por lo gordos y rosados, y más bien color carmesí cuando este le besaba con pasión. También pensó en que sus manos eran pequeñas, más que las de él, como si de un pequeño niño se tratase, y su dentadura era hermosa, uno de sus dientes delanteros estaba ligeramente desviado, pero eso solo lo hacía ver mucho más perfecto.

Era como si Park Jimin no pudiera de ninguna manera tener algo mal en su existencia, todo él era sencillamente perfecto para Min Yoongi. Soltó una ligera carcajada y se sintió enrojecer al solo recordar la manera tan osada en la que aquel chico había llegado hasta él, y en la forma en la que lo hacía temblar, era tan increíble que después de diez años en el catolicismo, ahora se viera tan perdido entre los encantos de un adolescente que brillaba más que el sol de mantún, y más increíble aún era el poco remordimiento que ahora sentía, porque ¿Para qué mentirse a sí mismo? Estaba benditamente feliz y dichoso de poder besar aquellos labios, de poder tocar ese cuerpo y hacerlo suyo con amor y añoranza, quería continuar así por años, cada día, cada hora de ser posible, quería jurar ante Dios, amarlo durante toda su vida, quizás poner en su mano un anillo de plata, en el cual grabarían sus iniciales en una forma de sellar aquella unión.

Bufó ironico al saber de antemano que aquello no sería posible, contraer nupcias con otro de su mismo sexo era algo abominable para la iglesia, les tacharían de enfermos, demonios de satanás o algo parecido. 

- ¿Por qué tan feliz, padre Min? -  Aquella voz lo sacó violentamente de sus pensamientos y sintió un sabor amargo en su garganta al voltear levemente a su izquierda encontrándose con el perfil de aquel muchacho una vez mas.  

Ladeó un poco su rostro viendo de reojo hacia atrás, por lo que podía deducir, parecía que aquel joven lo venia siguiendo y eso le hizo sentir la garganta seca. 

- ¿U-usted...? - Murmuró con el ceño levemente fruncido.

- Taehyung...- Le interrumpió elevando su mano hacia el mayor - Kim Taehyung... Creo que no nos habíamos presentado... 

- Oh... N-no... Un placer...- Respondió al saludo estrechando la mano del contrario - Min Yoongi...

 - Mucho gusto...- Murmuró el moreno viéndolo de pies a cabeza con disimulo, luego giró su mirada hacia el camino de donde aparentemente venían - ¿Viene llegando? es raro verlo a estas horas por acá.. 

- Si... Yo... Estaba en la ciudad...- Asintió tratando de evitar la mirada del menor y así no dejar notar sus nervios - Cosas de la iglesia... 

Half Moon~ YMWhere stories live. Discover now