CAPÍTULO CUATRO

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EL ALFA



Keera había largado una plegaria al cielo cuando había escuchado como se dirigían al alfa de Crena.

Belial: nada más escuchar su nombre, no pudo evitar cerrar los ojos con algo parecido al dolor, teniendo en cuenta quién era él.

Estaba más jodida de lo que pensaba, porque si los rumores eran ciertos..., en realidad los rumores sobre él si eran ciertos, lo sabía porque había visto las consecuencias del odio desmesurado del lobo más fuerte que había caminado por este universo.

El alfa de Crena era uno de los lobos más temidos en Gaia por su brutalidad, pero por sobre todas las cosas, por el odio inmensurable que tenía por los humanos.

Y aquí estaba ella, parada a su lado hacía por lo menos dos horas, después de haber hecho enfadar al alfa mientras se preguntaba cómo era posible que siguiera con vida, incluso después de mandarlo a la mierda cuando insinuó que si estaba cansada, podía sentarse en el suelo al lado de su silla, tal como lo haría una mascota.

«Como si fuera a darle el gusto» pensó ella para sus adentros, ignorándolo de manera deliberada, sus manos todavía encerradas en las esposas que comenzaban a quemarle la piel, imaginando una y otra vez las distintas maneras en la que podría matarlo.

Nadie se había dignado a hablarle, tampoco a mirarla a los ojos y ella tampoco se había preocupado mucho por aquello, sino que simplemente había mirado el fuego sin parar, había algo en él que siempre lograba hipnotizarla.

Hipnotizarla y también darle una barbaridad de sueño, tal como sentía ahora mismo, sosteniéndose sobre sus piernas temblorosas, el cansancio comenzando a afectarla como nunca antes.

Débil.

Se había vuelto débil después de los años, demasiado tranquila, demasiado relajada y por ello se encontraba ahora mismo en Crena, planeando la muerte de una raza entera.

Un hombre fornido se paró frente a ellos, aunque éste le dio una mirada de reojo en la que le hacía saber que la odiaba y que la quería muerta y ella sonrió pensando que el sentimiento, por supuesto, era mutuo.

La barba pelirroja le hizo recordar a alguien, aunque no supo a quien. Llevaba una camisa a cuadros con unos cuantos botones desajustados, dejando ver detrás de ella un pecho dorado y musculoso. No pudo adivinar el color de sus ojos, pero se dijo a sí misma que de seguro eran de un color amarronado.

—Alec, ¿qué sucede? —Preguntó el alfa con algo parecido a la molestia en su voz, debido a que su tributo se estaba llevando la atención del hombre que tenía adelante.

—Alfa —respondió el tal Alec, clavando ahora su mirada en el alfa.

—Dime —insistió éste, alternando la vista entre Alec y la morena de cabello lacio con poca ropa, que a lo lejos le meneaba las caderas al alfa.

Keera se dio cuenta que no era bienvenida en la conversación, cuando Alec alternaba la vista entre ella y el alfa, quien entendió al instante la indirecta y con una sola señal con la cabeza, tomaron a Keera por los antebrazos y la arrastraron nuevamente a quien sabe donde, no sin antes escuchar un «atacaron otra aldea»

Llegaron nuevamente al camino empedrado y si Keera no conservara enteramente su cordura, podría haber rogado que la cargaran, de todas maneras, presiono sus labios con fuerza y se dejo llevar nuevamente, aunque rápidamente llegaron al carruaje que esta vez, si sus cálculos no fallaban y el cansancio no estaba jugándole una mala pasada, estaban tomando un camino diferente.

El Mundo de GaiaWhere stories live. Discover now