CAPÍTULO TRECE

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AREN




A la mañana siguiente, Keera abrió los ojos lentamente antes de pegarse un susto de muerte: Frente suyo Ness la miraba fijamente y con seriedad, parecía algo así como una aparición.

—¿Por qué estás mirándome así? —Preguntó Keera frotándose la cara, con la voz un poco ronca por el sueño.

—Por que estoy aburrida y haces cosas raras mientras duermes —fue todo lo que respondió ella.

—No hago cosas raras cuando duermo —contestó Keera —, de todos modos, no puedes mirar a la gente así, es raro y me asustaste. 

 Casi de manera imperceptible, Keera pudo ver a Ness emitir una pequeña sonrisa y justo cuando iba a hacer un comentario al respecto, la puerta se abrió y Ray ingreso con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buen día —canturreó con buen humor, mientras depositaba una bandeja en el escritorio con comida para el desayuno de la niña.

Ness se levantó rápidamente a engullir todo lo que había dejado Ray en la mesa y Keera supuso que llevaba un buen rato despierta para tener tanta hambre.

Ella se dispuso a pegarse un baño como todas las mañanas antes del desayuno y termino por cambiarse en su vestidor:

—No se si sea buena idea que uses eso hoy.

Ella miró la ropa que traía puesta, era una camiseta de manga larga de algodón no muy ajustada de color claro junto a unos pantalones y botas de piel.

—¿Y eso por qué? —Preguntó, suponiendo que la época en la que le decían cómo vestirse había sido superada. 

—Llegaron las manadas del norte —contestó Ray y Keera se dio cuenta de que la muchacha no le devolvía la mirada. 

—Y aquello me importa, ¿por qué?

Antes de que pudiera responder, Herve tocó la puerta avisando que era hora del desayuno y que no se les podía hacer tarde, ella salió de allí ignorando la mirada cargada de preocupación que le había dado Ray antes de cerrar la puerta. 

Caminó junto a su guardia en un silencio que le supo tenso y se vio tentada muchas veces a preguntarle a Herve que demonios estaba pasando, pero se convenció de que tal vez eran ideas suyas, aunque su instinto para estas cosas, rara vez le fallara. 

—Keera, ¿qué estás haciendo aquí?

Cuando se giró, se encontró con los ojos de Edwin, que se veían, al igual que los de Ray, cargados de preocupación.

—¿Cómo que, qué estoy haciendo aquí? Desayunar como todos los días —respondió con simpleza.

—¿Belial no te pidió que te quedaras en tu habitación? —Preguntó él, en un tono que parecía de molestia.

—¿Por qué habría de hacer eso? ¿Qué está sucediendo?

Edwin, ignorando por completo sus preguntas, se adelantó hasta poder tomarla por los hombros con delicadeza y mirándola fijamente, dijo: —Keera, es muy importante que ignores a las personas que se encuentran ahí dentro, ¿entiendes? Por nada del mundo se te ocurra enfrentarlos como haces con nosotros, son peligrosos y trataran de cabrearte con tal de molestar a mi hermano. ¿Podrás hacer eso? —y al ver que Keera no respondía agregó: —¿Por favor?

—Esta bien, no es como si me costara mucho ignorar a la gente que me importa una mierda —respondió ella con fastidio.

Edwin asintió con un poco de duda, sin embargo le dió una sonrisa dulce, una que parecía que intentaba apaciguarla, como si no hubiera creído una sola palabra de que podría aguantarse a lo que estaba a punto de enfrentarse. 

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