CAPÍTULO SEIS

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LA GUARDIA DE DIOS



Edwin era muy consciente de que acababa de liarla a lo grande.

La primera señal fue que había parado una paliza completamente merecida contra un humano, más bien contra Keera, teniendo en cuenta que casi mata a Jana, y la segunda señal, fue sin dudas, que podía sentir la mirada de su hermano clavada en su nuca.

La tensión podía cortarse con un cuchillo y el silencio era tan espeso, que los oídos parecían zumbarle.

Iver tenia una mirada asesina en su rostro, la confusión pintada en toda su expresión, mientras esperaba a que Edwin le diera algún tipo de explicación.

—No somos salvajes —murmuró.

La realidad es que no se le ocurrió otra cosa que decir, no tendría que haber detenido la golpiza, era merecida, sin embargo sus propios instintos habían actuado antes de que él siquiera pudiera pensar lo que estaba haciendo.

—Estuvo a punto de matar a mi hermana, Edwin —siseó Iver, soltándose de su agarre de un manotazo. —Un poco más de puntería por parte de esta escoria y ella estaría muerta —agregó al final.

—La realidad es que si hubiese querido matarla, lo hubiese hecho —dijo Keera, como si no tuviera sangre saliendo por sus comisuras y sus mejillas comenzando a ponerse moradas por los fuertes golpes.

Cuando todos volvieron los ojos hacia ella, se encogió de hombros y volvió a hablar.

—Me falto el respeto, yo solo me defendí —dijo, como si aquello fuera lo más normal del mundo.

—Podrías haberla matado —repitió Iver, mirándola fijamente y la mandíbula tensa por la furia.

Podría... pero no lo hice, deberías estar agradecido —se burló ella, sin dejar de sonreír.

Cuando el lobo levantó la mano para volver a abofetearla, la voz ronca y firme de Belial lo hizo detenerse.

—Suficiente Iver.

—Belial —agregó con voz dura Iver, levantándose del regazo de Keera. —Exijo un castigo para ella, pudo haber lastimado a Jana.

Belial se puso de pie con elegancia, todo en él lo era, aunque por dentro no fuera más que un inmundo salvaje.

—Todos fuera—. Fue lo único que salió de su boca, sin despegar los ojos en ningún momento de los de Keera.

Se veía enojado como la mierda, supo Keera nada más sus ojos encontrarse.

—Pero Belial... —trató de insistir de nuevo Iver.

—Dije. Todo. El. Mundo. Fuera. —Repitió cada palabra lentamente, no dando lugar a la discusión.

La sala se empezó a vaciar poco a poco con un leve murmullo de fondo.

El último en salir fue Edwin, sabía que por entrometerse, esto terminaría peor para Keera. Aunque él no se quedaba libre de la furia que le echaría su hermano en un rato, sin embargo no era nada que él no pudiera soportar, sin embargo ella..., sacudió la cabeza y salió de la habitación, cerrándola detrás de él al final.

Keera todavía seguía en el suelo cuando la puerta se cerró detrás de Edwin. Pasó su antebrazo por la comisura de su boca, manchando la manga de su vestido con sangre, en un vago intento de detener el sangrado.

—De pie —dijo Belial.

Las venas de su cuello estaban hinchadas y el color de su piel era de un color rojo, como si estuviera tratando de contenerse a sí mismo de no matarla a golpes en ese mismo instante.

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