CAPITULO VEINTISIETE: BRUJAS DE ORA

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Mirei se sentía un poco cansada y frustrada, llevaba horas sentada en aquella silla raída mientras observaba la flor de loto morir una y otra vez.

—Eres la peor bruja que existe en todo Gaia— se dijo así misma con frustración.

Observó al pequeño gorrión dentro de la jaula aletear sus alas sin parar y con desesperación debido al poco espacio con el que contaba.

Podía ver el pecho de la pequeña ave moverse frenéticamente, probablemente imaginando cual sería su destino.

—Si no haces el sacrificio la flor nunca volverá a la vida Mirei— se escuchó decir a una voz detrás suyo.

—Tata es solo un pobre pájaro— trató de justificarse y clavando los ojos en su mentora volvió a decir:—y de todas maneras no es más que una estúpida flor.

—Hoy es una estúpida flor mi niña— agregó ésta presionando sus hombros con cariño antes de susurrar en su oído—, mañana puede ser tu vida o la de alguien que realmente ames.

Aquello era lo que su tata solía repetirle cuando se negaba a matar pobres e indefensos animales.

Como todo aquelarre, las brujas de Ora extraían sus poderes de sacrificios —entre más grande el sacrificio mayor poder—. Se necesitaba la muerte de una pequeña ave para hacer que la flor vuelva a la vida, la muerte de por lo menos cien ovejas para revivir a tu Woolly si este moría en batalla. La muerte de un aquelarre entero para traer de los muertos a un ser amado.

Sacudió la cabeza desechando aquel pensamiento que solía venir a su cabeza una y otra vez. Los muertos, muertos estaban y así habían de quedarse si el gran Dios sol de esa manera lo había impuesto.

—Tenemos la opción de revertir ciertas cosas— comenzó diciendo mientras sacaba al ave de su jaula.

—No debería ser posible, no esta bien— respondió Mirei con la vista clavada en las manos de su tata.

—En el caso de que el Dios sol así no lo quiera, el muerto dormido quedará— respondió tomando su mano, envolviendo en el proceso la pequeña cuchilla de sacrificio.

—Y el sacrificio habrá sido en vano— contestó ella mirando como la cuchilla atravesaba el pequeño pecho del ave quitándole así la vida.

—No en vano, depende de cuan grande la ofrenda mayor el poder.

La sangre manaba del pequeño gorrión mientras dejaban que caiga en la pequeña taza de plata.

—Bebe— ordenó su tata, no dando lugar a la discusión.

Mirei tragó saliva con dificultad debido a que su garganta estaba seca. Se dijo así misma que el gorrión había muerto, que de nada servía que no beba de su sangre ahora, sin embargo seguía habiendo algo que le impedía hacerlo, que le impedía seguir las costumbres de los brujos.

—Dije que bebas Mirei— reprendió su tata comenzando a perder la paciencia.

Tomó la copa y la vacío de un solo sorbo, apretando sus ojos con fuerza y concentrándose en no escupir el liquido espeso y con gusto a hierro de la sangre.

Se limpio la comisura de su boca con la manga de su camiseta, manchándola así con sangre y se giró a su tata con furia.

—No necesito del estúpido poder— respondió con firmeza, o por lo menos con toda aquella que se podía tener a los once años.

—No digas eso cariño, no sabes cuando las palabras se pueden volver en tu contra.

—No me interesa— respondió esta poniéndose de pie—, no la quiero de todos modos.

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