16. Una certeza liberadora

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Cuando Ítalos atravesó el muro, se dio con la sorpresa de que aún había luces encendidas en la mansión a pesar de estar muy entrada la noche. Por un instante pensó que tal vez Zuzum lo esperaba adentro pero luego de escuchar voces se percató de que no era así en lo absoluto.

Desde la espesura, él observó de la puerta principal emerger a un joven de atuendos elegantes y un porte seguro y confiado, seguido por Zuzum y un par de sirvientas. Era evidente que entre ambos existía una familiaridad cordial y amistosa.

Si algo había dilucidado Ítalos a través de los años al contemplar el comportamiento de los humanos, era que ellos siempre tendían a hacer diferencias. Los iguales se mezclaban con los iguales, y los menos favorecidos debían buscar otros menos favorecidos. A simple vista, tanto Zuzum como ese joven parecían pertenecer al mismo tipo de una misma clase. A los ojos de los humanos, aquella interacción era correcta.

Toda la escolta se dirigió solemnemente al gran portón, acabando una conversación que Ítalos no llegaba a escuchar.

El joven hizo una corta reverencia para despedirse y tomó la mano de Zuzum para besarla. Ella no se inmutó en lo más mínimo, como si estuviera acostumbrada a ello, las sirvientas ahogaron una sonrisa de complicidad y cerraron la puerta cuando el joven se hubo ido.

Ítalos esperó a que la servidumbre se marchara y vio como Zuzum se aproximaba a paso vacilante sin poder verlo. Ella dio un leve respingo cuando él apareció de entre las sombras, como si hubiese esperado no encontrar a nadie allí.

Los dos se miraron por un momento e Ítalos dudó en ir a envolverla en un abrazo pero cuando se decidió, ella hizo una seña para que la siguiera y así lo hizo.

Zuzum lo guió por una puerta trasera que daba a una serie de salas en la planta lejana. Todas sumidas en las penumbras, con olor a papeles y muebles viejos. Ella encendió las velas del candelabro de una pared, el cual bañó de luz la estancia que resultó ser una vieja biblioteca. Ítalos tuvo una reminiscencia de los libros y escritos que había absorbido noche tras noche en la casa de Ureber y tan pronto como vino, se esfumó.

—Afuera hace frío —emitió Zuzum, acomodándose en un sillón cerca de la luz—. Tú odias el frío ¿no?

Ítalos asintió. Zuzum señaló un mueble en frente de ella para indicarle que tomara asiento, el aire de mandamás se había acentuado en ella y él seguía sin darle mucha importancia. Finalmente, se sentó a su costado y observó embelesado su titubeo cuando él clavó su mirada en ella.

—¿El que se fue era Fredrick? —inquirió antes de que ella pudiera replicar.

—Sí.

—¿Quieres casarte con él? —preguntó muy a pesar suyo.

El silencio de Zuzum hizo que un nudo apareciera en su estómago. Entonces empezó a temer una realidad que no hubiera podido entender como un dragón: lo fácil que podían cambian los sentimientos. No se lo había planteado como algo que pudiera suceder, para alguien como él, para un dragón, los pareceres no eran algo que se desvanecían con facilidad. Los sentires que se construían con el tiempo no se desmoronaban como si fueran un montículo de arena. Así no funcionaba su mundo. Pero en ese momento entendió lo abrumador y tajante que podía ser la naturaleza humana.

—Debo hacerlo —dijo ella por fin.

—¿Pero quieres hacerlo? —insistió Ítalos, casi nervioso—. ¿Lo quieres?

—Él le procuró los mejores cuidados a mi madre en sus últimos días —respondió ella, reprimiendo el pesar en su voz. Ítalos guardó silencio.

—Lo siento mucho.

Zuzum asintió levemente y él pudo atisbar la sombra de tristeza en su mirada. Entendió que mientras él había estado consagrando aquellos años en realizar su misión y la había creído perdida, ella también había sufrido pérdidas. Se había quedado sola.

—Fredrick ha sido muy atento, es lo más cercano que tengo a un amigo. Lo único que puedo hacer es cumplir mi promesa —agregó ella con un suspiro. Ítalos frunció levemente el entrecejo.

—¿Vas a casarte con él para agradecerle? —señaló, incrédulo—. ¿No hay otras formar de agradecer?

—No cuestiones mis decisiones —dijo cruzando los brazos, el ceño fruncido.

—Pero es una decisión ridícula.

— Antes no discutías nada ¿qué pasó contigo?

Aquella pregunta no era un reproche, sino una apertura para saber qué había sido de él. Ítalos entendió el mensaje entre líneas, pero no encontraba palabras para decirle la verdad sin mentirle.

—Muchas cosas —musitó al fin.

—¿Qué hiciste después de escapar del incendio de Gulear?

—He andado de aquí para allá y encontré varios amigos que me han ayudado.

Zuzum esbozó una medio sonrisa ante aquella respuesta vaga.

—Así que viviste aventuras. Qué suerte. Yo he estado envejeciendo en estas cuatro paredes.

—Embelleciendo, dirás —soltó él sin pensar. Para su sorpresa, encontró que ella se veía más encantadora cuando se ruborizaba. Era una imagen que él casi no podía soportar. Entonces tomó su mano con toda la delicadeza de la que era capaz, Zuzum tembló con ligereza y sus dedos se entrelazaron. Como aquellos viejos días.

—No hagas eso. Estoy comprometida —replicó ella pero hizo un esfuerzo escaso para desenlazarse de él. A la luz de las velas, sus ojos mostraban un brillo de urgencia y algo más.

—Pero no lo quieres.

—Respeto mucho a Fredrick, él es una buena persona. Con el tiempo voy a llegar a quererlo...

—Estás mintiendo —susurró Ítalos. Y entonces, pudo descifrar el significado de los ojos de Zuzum. —¿Por qué mientes?

Cuando él la besó, toda vacilación en Zuzum desapareció luego de unos segundos. Había un sentimiento nuevo, distinto a cuando tenían trece años. Un anhelo que había estado alimentándose por años; la clara y contundente certeza de que estaba totalmente perdido por ella. El saber aquella realidad, de forma extraña, fue liberador.

—Quiero verte —dijo cuando ambos se dieron un respiro ante la falta de aire—. Todos los días.

—Esto no está bien, Ítalos.

—Lo que no está bien es que sometas tus propias decisiones a intereses ajenos.

Zuzum, que aún le acariciaba su cabello y rostro, entornó la mirada grácilmente con una sonrisa como si no pudiera reconocerlo.

—En serio ¿qué te pasó? —dijo soltando una risa sutil que a Ítalos le sonó a melodía—. Hablas diferente.

—Me pasaron muchas cosas.

Y se fundieron de nuevo en un beso. Zuzum le correspondía con ternura y suavidad, era la primera vez que él sentía a su corazón latir de esa manera. Nunca, en más de cien años había latido así. ¿Qué era él? ¿Un espíritu de fuego o un joven de dieciséis años? La relevancia de aquella pregunta pareció desvanecerse en la inmensidad del silencio de los dos. Entonces nació en él la necesidad de decirle todo, de revelarle quién era en realidad. Quería que ella lo aceptara por completo, que lo quisiera de verdad. Sin embargo, aquel deseo repentino se vio frenado por lo apabullante de la realidad. ¿En verdad quería decirle todo?

En algún momento tendría que hacerlo, pues la criatura antigua que era él se rehusaba a vivir en una mentira. Y la verdad era que deseaba con locura que ella lo aceptara.

Era curioso, había invertido más de cien años de padecimientos en evitar que los humanos subyugaran a los dragones; y allí estaba él, totalmente supeditado a esa joven. Una sumisión que estaba alegre de aceptar.

SOMNUSWhere stories live. Discover now