29. Ojos oscuros

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Un estruendo estalló en el edificio y vidrios, polvo y madera salieron volando por todas partes. De pronto, todo estaba envuelto en llamas. Bolas de fuego eran proyectadas como bólidos hacia los soldados y éstas eran repelidas por una extraña pared invisible. Las viejas vigas se desmoronaron como si estuvieran hechas de paja y todos supieron de inmediato que aquella construcción cedería en poco tiempo.

Por un instante, Ítalos creyó vislumbrar a través de la humareda a los oscuros ojos de Ureber, pero luego se percató de que el dueño de ellos era un hombre mucho más joven. De alguna manera, estuvo seguro de que esa persona era quien se llamaba Eleso.

El aire parecía estar contenido a presión y un manto de humo negro se concentró en el ambiente. Aunque el fuego y el humo no los podían lastimar, no permitían tener una visión clara, Ítalos perdió de vista a los que estaban en la segunda planta. Alrededor de él, se arremolinó una marea de fuego que era alimentada por varios de sus hermanos y ésta reventó con estrepito en la columna de soldados que tenían en frente. Pero el fuego se disipó y se difuminó en el aire al chocar con aquella lámina. Las tablas y tejas del techo comenzaron a caer incendiadas, entonces casi al unísono todos empezaron a buscar cualquier otra salida de ese lugar que no fuera la puerta principal. Podrían sobrevivir a cualquier incendio pero no era seguro que sobrevivieran a ser sepultados bajo una pila de escombros.

Detrás de la humareda y el fuego, a Ítalos le pareció percibir que sus perseguidores susurraban unas palabras antiguas que él apenas podía reconocer y tuvo una vaga idea de lo que iba a suceder. Sefius tiró de su manga para obligarlo a que se pusiera en movimiento como los demás y él así lo hizo, pero al instante se percataron ambos que el fuego ya no tocaba las cuatro paredes de madera que los rodeaban.

El murmullo de los hechiceros llegó con más claridad a los oídos de Ítalos, como un arrullo reconocible a través de la algarabía. Entonces entendió que ellos los habían rodeado con una suerte de prisión hecha de magia. La mente de Ítalos se aceleró con desesperación, entendió que aquello había sido planeado. Ellos sabían que no podían controlarlos como lo había intentado sin éxito Ureber, de alguna manera lo habían deducido, y por ello, pretendían capturarlos. El techo se desplomaría en cualquier momento, ni siquiera planeaban tenerlos a todos vivos.

Los gritos de impotencia de sus hermanos empezaron a llenar la sala y competían con el crepitar de las llamas alrededor de ellos. Ítalos colocó sus manos en la superficie de aquella pared, sus brazos extendidos con firmeza. Cerró los ojos y procuró hacer silencio en su mente.

De pronto, emanaron de sus palmas unas gruesas llamas blancas que fulguraron con mayor intensidad que las que bailaban alrededor de él. Y como una gota de agua que genera ondas en un estanque tranquilo, el hechizo se quebrantó en ese punto y el efecto se expandió en todo el edificio. Y en ese preciso segundo, todo se derrumbó.

Ítalos salió despedido junto con miles de astillas, estacas y remanentes; y rebotó contra el duro suelo empedrado de la calle. El aire frío lo asedió como un látigo, un zumbido en sus oídos le taladró la cabeza y tuvo que concentrar toda su entereza para poder incorporarse. Todo le daba vueltas, pero pudo distinguir las ruinas de aquella construcción detrás de él, las llamas aún lo carcomían. Las siluetas de sus hermanos yacían por todas partes, algunos estaban tendidos y apenas empezaban a reaccionar y otros ya estaban echando a la fuga.

Las sombras de los hechiceros detrás de la columna de humo y cenizas se esclarecían. Una figura resaltaba de entre ellas; Ítalos vio los ojos de Ureber, nuevamente fulgurando como aquel día en que lo vio salir del horno donde lo había encerrado cuando era un niño. Como si hubiese regresado de la tumba para volver a encontrarlo y terminar su arrebatada obsesión por controlar el poder del fuego.

Todo se difuminó en un negro intenso y contra toda su voluntad y fuerzas, Ítalos sintió cómo perdía cada uno de sus sentidos y se sumió en un sueño oscuro.

SOMNUSWhere stories live. Discover now