Capítulo 5

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Esa noche había estado pensando en lo ocurrido por horas, dando vueltas en la cama sin poder dormirme. Los labios suaves y carnosos de Alex no salían de mi mente, y cada vez que rozaba los míos con mis dedos podía jurar que todavía los sentía sobre ellos.

A eso de las once de la mañana me desperté. Había dormido cinco horas y ya no podía dormir más.

Me cambié y me dirigí al baño, al pasar frente al cuarto de Alex vi que la puerta estaba todavía cerrada, y los nervios me hicieron revolver el estómago al pensar que pronto lo vería de nuevo, y no tenía ni idea de cómo iba a ser.

Cuando terminé me dejé suelto el pelo y bajé las escaleras peinándomelo con la mano, todavía estaba lacio de la noche anterior.

—Buenos días, cielo— me saludó Ana desde la cocina, tan dulce como siempre.

—Buenos días— le devolví el saludo y me senté frente a ella.

—¿Cómo dormiste?— me preguntó.

—No tan bien— decidí ser sincera, ya que seguramente mi cara lo decía todo.

—¿Qué pasó?— me preguntó, preocupada—. ¿Te sentís mal?

—No, no, solamente no me podía dormir— la tranquilicé.

—Entiendo, a veces pasa. — Me sonrió—. ¿Quieres licuado?

Acepté con una sonrisa y agarré el vaso que acababa de servir.

—Yo también quiero— dijo Alex detrás de mí, tomándome por sorpresa.

Con solo escuchar su voz mi corazón se aceleró. Estaba con su pelo castaño oscuro alborotado y tenía cara de dormido.

—Ya no queda— le dijo Ana—. Más tarde hago de nuevo.

—Que se lo tome él, no pasa nada— ofrecí.

—Que dulce— me dijo Ana y yo le sonreí.

Alex se acercó a mí y yo le di el vaso con una sonrisa que ignoró por completo, ni siquiera me miró a los ojos o se burló de mí como siempre. Simplemente agarró el vaso y se fue.

—Malhumores matutinos— lo excusó Ana y yo asentí, pero sabía que no me había ignorado solo por eso, aunque obviamente no podía decírselo.

Seguramente lo había hecho por lo que había pasado la noche anterior entre los dos, quizás ya se había arrepentido o hasta le daba vergüenza, porque ni siquiera me había mirado a la cara.

—¿Qué hicieron anoche?— me preguntó Ana, leyendo mi mente.

Me sirvió yogurt de vainilla y me pasó el vaso, yo le agradecí el gesto.

—No hicimos nada interesante— mentí—. Vimos películas, hablamos. Creo que podremos llegar a ser buenos amigos dentro de poco.

—Me alegro mucho por eso, sería un sueño que volvieran a llevarse igual de bien que antes— dijo ella con sinceridad.

No sabía por qué estaba tan confiada de nuestra antigua amistad si Alex y yo apenas nos soportábamos de niños, y parecía que íbamos por el mismo camino ya de grandes, pero me alegraba su constante entusiasmo. Aunque, después de la confesión de Alex, la idea de un mini él enamorado de mí se me hacía muy adorable, y hasta sentía que podía odiar menos a ese niño que me había hecho la vida imposible.

—¿A ustedes cómo les fue?— le pregunté mientras abría un paquete de oreos. Me consideraba adicta a esas galletas.

No conocía ninguna persona a la que no le gustaran las oreos, si eran lo mejor del mundo.

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