II

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La tranquilidad que se tomó la doctora en responder fue de todo menos tranquila. Al ver que omite su pregunta supone que lo más inteligente es dejar el tema estancado y no preguntar.
La joven buscando en internet tratando de informarse cual buena periodista había encontrado dos comentarios que poder aplicarse. 
1- Hizo muy bien en llevar a Larry al veterinario.
2- Lo peor que puedes hacer cuando alguien que quieres está siendo atendido es informarte. Siempre te vas a poner en lo peor aunque no quieras.

Cuando la veterinaria se paró frente a la puerta de su consulta, que por cierto era la única que tenía un vinilo sobre el blanco de la puerta con la típica mancha de pata de perro (Un círculo grande y tres círculos pequeños encima), la miró antes de abrir y colocó su mano sobre el hombro de la más jóven tratando de darle el ánimo suficiente como para ver a su pequeño.

—Se va a poner bien. Pero está destrozado. Necesita descansar y usted también...— No sabía por qué seguía utilizando el tono formal. La doctora podría tener... ¿2? ¿Quizás 3 años más que la joven?
—Confío en ti... Y me puedes llamar Camila.— Los ojos verdes de la doctora irradiaban confianza. Y la joven no tenía nada más a lo que atarse. La doctora asintió y abrió la puerta dejando ver al cachorro tumbado sobre la camilla aún con el tubo que le permitía respirar con la anestesia en la garganta y su lengua fuera.
Ya no había sangre pero era mucho más el dolor que se producía al verle ahí, indefenso, dolorido.

—Despertará en unas horas... Será mejor que te vayas a descansar Camila. Cuidaré de él, lo prometo.— Mientras la joven se acercaba a la fría camilla de metal, la voz que provenía de su espalda tenía razón pero ella ya había vuelto a su mundo. Empezó a sollozar y simplemente le acarició el lomo peludo a su amigo. Tenía el pelo de la parte del cuello rapado puesto que la intervención, supuso, que fue algo aparatoso. Acarició suavemente apenas siendo un roce la zona de la piel del cachorro descubierta y suspiró volviendo a notar la familiaridad de la mano de la doctora sobre su hombro. —Tranquila, Camila. Mañana podrás estar con él.— Giró la cabeza buscando la confianza en aquellos ojos verdes y asintió con la cabeza dando una señal de que se fiaba de ella.

Se secó sus lágrimas aunque pronto aparecieron otras y los brazos de la doctora decidieron acabar abrazándola firme pero sin apenas fuerza. Dejó el hombro su pijama algo mojado pero a la veterinaria de su perro pareció no importarle. Cuándo la joven pareció encontrarse mejor soltó un gran suspiro y volvió a echarle un último vistazo al perro. "Está bien. Lo dejo en tus manos." 
Estaba tremendamente agradecida de ver a su cachorro, aún en ese estado, con esperanzas de seguir siendo su fiel compañero de piso aunque apenas podía articular ni media palabra.

Se aclaró la garganta y estaba decidida a irse con la mirada en el suelo cuándo la veterinaria de la voz serena empezó a hablar. —¿Quieres ver dónde va a dormir esta noche y ayudarme a llevarlo? Quiero que descanses bien esta noche y dejes de preocuparte al menos unos instantes.—

Camila asintió de manera inmediata a la doctora del pelo negro y esta se colocó detrás de la camilla para empezar a empujarla.

Cómo una madre preocupada la joven se puso al lado de la camilla dejando suaves caricias en una de las patas delanteras de su cachorro mientras seguía a la veterinaria a una de sus salas continuas. —Por cierto. Soy Lauren. Ya que vamos a tutearnos prefiero que sea mutuo.—

Mientras andaban la pequeña solo era capaz de concentrarse en el sonido de las ruedas de la camilla rodar por el suelo y el de la goma de sus zapatillas tocar este.
Cuando llegaron a la sala en la que claramente ponía Cuidados Intensivos Caninos con el logo del hospital a una esquina supo que Larry no iba a dormir solo aquella noche.
Lo que más la sorprendió fue la calidez de esa sala pese a ser una unión de jaulas para perros de dos puertas con goteros y pequeños monitores para controlar los latidos de algunos perros.

—Camila, por favor. Coge a Larry. Yo llevaré el gotero y el monitor. Cuándo despierte este me avisará.— Se acercó a la camilla de su cachorro y colocando la mano derecha en su pata trasera y su mano izquierda en su cabeza cogió al perro casi con un instinto maternal acercándose a la enorme jaula que le señalaba la doctora. —Va a sobrarle un montón de espacio.— Comenta por primera vez en tono calmado tratando de evitar que el ambiente fuera tan tenso entre ambas siendo las dos las únicas preocupadas por la salud del perro.

En la jaula contigua se podía distinguir a un yorkshire con la pata vendada que ya había caído en los brazos de Morfeo. —Las jaulas están hechas para todo lo contrario que las jaulas, queremos que se recuperen, no que sufran... A mi me encantan, personalmente.— La doctora utilizó un tono más cálido. La pequeña sabía que solo buscaban la mejor atención para los perros y por eso decidió elegir aquella clínica. Pero ahora tenía un trayecto en bus algo complicado para volver a casa, tampoco le importaba. Saber que su mascota iba a dormir bien aquella noche era lo único que le servía de consuelo.

Se apartó para que la veterinaria reajustase los goteros y mil cosas más que ella no entendía, mientras se dió una vuelta por las jaulas dándose cuenta de que pese a ser un lugar algo intranquilo era algo mágico ver a todos esos cachorros dormidos, con los cuidados suficientes, sabiendo que sus dueños, como ella, estaban tranquilos a la hora de dejar a sus mascotas en manos de doctoras como Lauren. Gira la cabeza cuando la doctora se levanta y suelta un pequeño suspiro. —Cuidaré de él.— Fié lo único que pronunció haciendo que la joven asintiese con la cabeza confiada. Camila se colocó su gabardina negra bien y se acercó a la puerta.

—Espera Camila, te puedo acompañar... Si quieres.— Antes de darse cuenta pese a tener la certeza de que iba a estar bien por sus mejillas ya rodaban un par de lágrimas que no tardó en quitarse para en un susurro responder a su comentario. —Está bien.— La voz de Camila siempre había sido alegre y un tanto infantil pero en ese momento sonaba ronca, fría, dolida...

Ambas se dirigieron a la puerta y la pequeña de los Cabello miró por última vez aquella noche la jaula que contenía a su cachorro. —Te pondrás bien, Larry...— Susurró de nuevo antes de girarse y salir al pasillo de la consulta.

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