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Sus ojos buscaron mis labios por una milésima de segundo que me revolvió entero el corazón, y por un momento le imploré que me besara y que terminara con todas mis agonías con el vaivén de nuestros labios. Y así hicieron, él no dudó ningún segundo en posar sus labios sobre los míos, con necesidad y calidez, un beso lento pero profundo.

Andrés se separó, para mirarme con una media sonrisa, sincera. Y sus ojos brillaban como nunca antes, brillaban llenos de vida, como si se hubiese recargado por completo.

Deberíamos volver a nuestros deberes. —le murmuré, empujándolo hacia atrás para poder alejarme de su poder masculino unos cuantos centímetros.

Nadie morirá por quedarnos aquí una hora. —dice, con un notable doble sentido, por supuesto. —O treinta minutos...

No voy a tener sexo en este baño. —aclaro, mirándolo acercarse a mí lleno de lujuría en sus ojos. Nuevamente me acorraló, este vez entre su cuerpo y la puerta de entrada, juntando su nariz con la mía.

Yo tampoco. —murmura, soltando una sonrisa burlona. —Maravilla... —me llama, posando su mano sobre mi mejilla. Yo lo miro espectante, observándolo tibutear por un par de segundos. —Llorar por los pasillos por mí no te servirá de nada, lo único que debes hacer es vivir el tiempo que te queda conmigo. —me dice, como si fuese un consejo, y yo asiento, aún sabiendo que estaría llorando por los pasillos todo el tiempo. —Ahora, vas a juntar a los rehenes; vamos a hablar sobre los rumores de la señorita Gaztambide.

Y así es como todos los rehenes se encontraban reunidos en el vestíbulo, espectantes ante las palabras que daría el señor Berlín. La primera parte sería confirmar la muerte de Mónica, y ya la segunda, sería felicitar al señor Torres por su increíble trabajo en las máquinas de dinero. Berlín apareció por las escaleras, deteniéndose en medio de esta para comenzar con su charleta.

En primer lugar. —hablo yo, en alto, ganándome la atención de los rehenes. —Tenemos una buena y una mala noticia, y partiremos por la mala, por supuesto. Así que necesito que pongáis toda su atención en el señor Berlín, en silencio, nada de cuchicheos. —les pido, señalando a Berlín para darle la palabra. Él me sonríe, guiñándome un ojo.

Les he reunido aquí para contarles un poco cómo están transcurriendo las cosas, y para acallar rumores. —comienza a hablar, a la vez que yo me paro a un lado de Nairobi, que me recibe con una sonrisa. —Sé que flota en el ambiente que la señorita Gaztambide ha fallecido, y eso no es bueno. —yo empiezo a caminar por entre los rehenes, que parecen más intimidados ante mi presencia, probablemente por perder mis estribos el día de ayer. —Los rumores generan incertidumbre, ansiedad, y es por esto que quiero acallarlo todo de una vez. —los murmullos por parte de los rehenes no demoran en hacerse presentes, y es que estos no podían ser menos chismosos. —Efectivamente, la señorita Mónica Gaztambide ha sido ejecutada. —al anunciar aquello, los sollozos comenzaron. Mi vista se cruzó con la de Mercedes, que me evitó de inmediato.

Ahora da la buena, para que se alegren un poco. —le digo a Berlín, con una sonrisa divertida.

Ahora la buena noticia. —anuncia, extendiendo sus brazos con alegría. —Este atraco, queridos rehenes, va viento en popa. Va como un tiro. —dice con gracia, riendo. —Por eso quiero darles las gracias, tengo que darle las gracias en nombre de todos mis compañeros, a todos aquellos que han cooperado con nosotros. —continúa, terminando de bajar todos los escalones para sonreír ampliamente. —A una persona en especial, al señor Torres. —anuncia, a la vez que veo como el nombrado se escondía rápidamente detrás de otro rehén, lo cual llamó mi atención.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora