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Sus palabras comenzaron a resonar fuertemente en su mente, recordando el brillo exacto de sus ojos, el movimiento exacto de sus labios finos diciéndole que aquellos diez años de vida podían convertirse en tres segundos. Su mirada asustada y oscura sobre ella, implorándole no entrar a aquel Banco. 

No quería dejarse llevar por la culpa, por que la culpa... era una bastarda. 

Pero él se lo había dicho firmemente. 

Y el dolor era un usurero, y ahora estaba pagando sus cuentas con él, aquel dolor sofocante en su pecho. 

Y la Muerte...

Dios, la muerte...

Se le había cruzado tantas veces, en el limbo, haciendo un en contra con la vida.

Sergio se le presentaba como la muerte, implorándole que se quedará con ella en esa vida en donde sí podían estar juntos, en donde su amor se concretaba como una puñetera película de comedia romántica. 

Y Andrés se le presentaba como la vida, su Andrés, con esa sonrisa cínica pidiéndole que lo siguiera hasta su habitación, presentándose como una tentación. Porque eso era la vida, te tentaba a vivirla para saber qué pasaría el día siguiente. 

Y entonces le tocaba decidir, tomaba la mano de Andrés y lo seguía hasta su habitación. Y esa habitación se convertía en paredes blancas, ella en una camilla, con sus propios signos vitales haciendo ecos en sus oídos. 

Y el tacto de la mano del pelinegro se volvía real, el calor de su mano sobre la suya, ella eligiéndolo una vez más sin siquiera saberlo. 

—Barce...— la castaña observa el rostro de Denver aparecer frente a ella, él encontrándose con esos ojos pardos con el mismo quiebre que había visto en los ojos del pelinegro cuando ella estaba muerta sobre sus brazos.— Ven conmigo, vamos a limpiarte.— pide, mirando las manos ensangrentadas de la castaña con dolor.

Barcelona solo se deja llevar, Denver tomándola con firmeza, queriendo decirle con aquel gesto que estaría para sostenerla en todo momento si decidía romperse. El silencio de aquella mujer le parece tormentoso, porque no sabía qué estaba sucediendo dentro de ella.

Lo único que podía ver era a una mujer completamente devastada. 

Y aquello lo rompía a él por dentro.

—Quiero entrar sola.— musita ella una vez que se detuvieron frente al baño de damas, él sintiendo el vacío detrás de cada palabra que había abandonado su ser. Denver asiente, cargándose en la puerta y mirándola entrar. 

Sus pasos eran lentos, como si fuese una muerta viviente esperando que un poco de vida se le cruzara por delante para devorársela. 

Pero la verdad es que Barcelona esperaba que fuese la Muerte quien se le cruzara por delante, y fuese esta misma quien se la devorara a ella. 

Observó como la sangre del amor de su vida corría por sus manos, tiñendo el agua de un color rojo casi impercebible. No fue capaz de sacarla con sus propias manos, así que dejó que el agua hiciera ese trabajo por ella, aunque le tomara minutos. 

Su voz volvió a resonar en su mente.

Te quiero, maravilla. 

Una lágrima bajo por su mejilla una vez que cerró sus ojos fuertemente, no queriendo oírlo más, pero realmente necesitando oír aquellas palabras en ese exacto momento. 

Baila conmigo, eh, anda. 

Sus ojos se encontraron en el reflejo del espejo, notando ella la sangre del pelinegro también en su rostro, recordando que allí mismo él le había dado una última caricia. 

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora