el castillo

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04 de febrero del 2008Florencia, Italia

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04 de febrero del 2008
Florencia, Italia.



La castaña miró a sus dos amigos con regaño al oírlos reír, y ella no lograba entender como dos hombres adultos y profesionales podían ser tan niñatos en ocasiones de tanta tensión como aquella. Quizá era porque Barcelona se estaba encargando de la parte pesada, abrir la caja fuerte, mientras ellos vigilaban las ventanas 

Ambos guardaron silencio al instante, Andrés caminando por el pasillo con lentitud, observando todo lo que tenían ya preparado para llevarse. Pinturas, joyas, jarrones de alguna proveniencia interesante... Había de todo. El pelinegro amaba las antigüedades, y ya había escogido qué cosas del botín se dejaría para él. 

Barcelona suspiró, torciendo una mueca al mismo tiempo que la caja de seguridad se abría, emitiendo un sonido que los alertó. Eran alarmas.

Me cago en mi puta vida, ¡me cago en mi puta vida!— vocifera la castaña con desesperación.— ¡Dijiste que no tenían alarmas de seguridad, coño!— encara a Martín, que se mantiene tieso en su lugar.

No perdáis la calma.— pide Andrés, llamando la atención de ambos, ladeando un poco la cabeza para señalar la caja.— Coge el dinero, Martín ayúdame a llevar esto.

Barcelona no solía perder la calma en situaciones como aquellas, pero esta vez había sido algo imprevisto. Martín había asegurado un millón de veces que no existían alarmas registradas en aquella casa de subastas, y sin embargo, comenzaban a dejarla completamente aturdida. Comenzó a meter los fajos de billetes en la mochila rápidamente, girándose para encontrarse completamente sola en aquel pasillo. Todo su ser se tensó, ella sintiendo como todo el plan que se había encargado de perfeccionar, comenzaba a caerse a pedazos.

Andrés y Martín se encontraban en la parte trasera del patio, por donde habían ingresado, llevando todas las cosas hasta la furgoneta. Se las habían ingeniado poniendo todo sobre una sábana blanca, para poder sacarlo todo junto de una vez y salir cagando leches de ese lugar. Como si nunca lo hubiesen pisado.

Pero las cosas siempre salían mal.

Y aquello había comenzado cuando dejaron a Barcelona sola al interior de la casa.

Y las sirenas policíacas resonaban fuertemente a la entrada de la mansión.

Los dos hombres se miraron con complicidad, acelerando el paso hasta cruzar el pequeño agujero que habían hecho en la rejilla, y una vez que estuvieron fuera, dejaron la sábana sobre el suelo para abrir las puertas traseras de la furgoneta.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora