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Barcelona camino rápidamente hacía la biblioteca, pasos temblorosos al igual que su mirada, tenía miedo de llegar y recibir malas noticias de las cuales sabía no podría recuperarse. Perder a Nairobi no era cualquier cosa, era como perder una parte de tu alma, como si se llevase un pedazo de tu corazón con ella. Y aquello era una trisura de la cual no podría recomponerse.

Una vez que llego se encontró con Tokio y su mirada perdida, con lágrimas en sus ojos, y Nairobi ya había sido llevada a otro despacho para que descansara tranquilamente. La castaña caminó hasta su amiga, rodeándola suavemente por los hombros, sintiendo como Tokio se rompía entre sus brazos gracias a la presión de aquel día.

Entendía que no debía ser fácil jugar a los doctores cuando era la vida de una de las personas que más amabas sobre la mesa.

—Está bien.— musita la castaña, acariciando su espalda. Tokio se separa, esbozando una sonrisa antes de limpiar sus propias lágrimas.

—Deberías ir a limpiarte eso.— murmura ella, señalando las manos aún ensangrentadas de la castaña, que había olvidado completamente su estado.— Voy a ver cómo van las cosas en la fundición.— informa, quitándose la bata quirúrgica. Barcelona asiente, viéndola partir y tomando su propio rumbo hacía los baños.

Allí se encuentra a Palermo, sin camiseta y afeitándose frente al espejo, haciéndola fruncir el ceño.— ¿Y tú de qué vas?

—Me voy.— informa él, mirándola de reojo una vez que se posó a su lado para meter sus manos bajo el agua. 

—¿Te vas?

—Mi presencia ya no es necesaria.— aquello hace a la castaña fruncir el ceño, mirándolo fijamente.— Japón le ha hecho un golpe de Estado a Italia.

—Italia y Japón eran aliados.— musita ella.— ¿Cómo te vas a ir?— cuestiona la castaña, con una confusión sincera.

—Alemania y Japón pueden hacerse cargo.— le sonríe con falsedad, secándose la cara con una pequeña toalla.— Vení, baila conmigo.— pide, desconcertando a la castaña al no oír música para bailar, hasta que el rubio se pone a tararear. Barcelona ríe de costado, Martín tomándola con firmeza de la cintura para apegarla a su cuerpo.— Volvemos a los viejos tiempos, eh.— musita con gracia.— A esos tiempos donde no te dominaba nadie...

—Andrés se divorció de mí.— le informa ella, Martín formando una cara de sorpresa antes de sonreír ampliamente y hacerla girar sobre sus pies.

—Entonces garchemos, dale.— sonríe galante, volviendo a atraerla a él para juntar sus rostros.— Como despedida.

—No seas gilipollas, tú no vas a ir a ningún lado.— espeta, separando su rostro del suyo.

—Tú ya verás, es un plan maestro que hice con tu ex-esposo.— musita Martín, bajando sus ojos celestes a los labios de la castaña, esbozando una pequeña sonrisa traviesa.— Bueno, ¿vamos a chapar o no?— cuestiona con descaro.— Para quedarme sin pantalones y ahorrarte el trabajo.

—Eres un gilipollas.— musita ella con una sonrisa, acercándose a la puerta del baño para marcharse.

—Vos te lo perdés, eh.— vocifera él desde adentro.

Barcelona vuelve a bajar hasta el vestíbulo, encontrándose a todos los rehenes sentaditos y alguno que otro conversando entre ellos, pero se quedaron en silencio al percatarse de su presencia. Matías la mira con un asentimiento de cabeza, paseándose lentamente entre los rehenes mientras ella se sentaba en la escalera. La castaña se percata de la presencia del pelinegro en el balcón, al ver algo rojo que no le coincidía. Él mantenía su mirada fija en los escoltas, Gandía mantenía su mirada fija en ella, como cualquier cazador mira a su presa. 

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora