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La castaña se dejó caer a un lado de Nairobi, la morena encontrándose con su semblante cansado y apagado, algo que siempre sería raro en ella. El brillo que llevaba Barcelona en su mirada y en su sonrisa, ya no estaba. Pero estaba segura de que ella volvería a ser la de siempre una vez que Berlín se recuperase por completo. Entendía perfectamente que él era el único que podía reparar el daño que su casi muerte le había causado.

—¿Tú qué?— se atreve a cuestionar la morena, comiéndose una de las papas de bolsa que le había dado Bogotá antes de obligarla a descansar.

—Estoy agonizando.— responde esta cortamente, metiendo su mano, sin descaro, en la bolsa de papas de su compañera para arrebatarle un poco de la comida que su estómago venía implorándole hace más de tres horas.

—¿En qué sentido?

Nairobi la oye suspirar con pesadez, y entonces siente aquel instinto de querer cuidarla, abrazarla y hacerle saber que no estaba sola en aquel mundo. Que siempre la tendría a ella cuando toda la vida se le cayera en pedazos.

—En todos los sentidos.

—Te explicas un poquito, ¿no?— pide.

—Que no me da verlo así, no puedo, es como una puñetera tortura; pero si no estoy a su lado capaz y me pide el divorcio de nuevo.— espeta, haciendo ademanes con sus manos que Nairobi observó con atención.— Después está Palermo, que una parte de mí intenta estar de su lado pero no puedo no pensar que Andrés está así por su culpa. Es mi mejor amigo, me ha visto hasta el coño, pero no puedo mirarlo a la cara sin sentir repudio. No puedo.

—Pues culpa suya ha sido, tía, que no tienes que ponerte de su lado.— espeta ahora Nairobi, colocando su mejor mirada fuerte e intimidante sobre la castaña.— Los dos podriáis haber muerto, y eso está en sus manos.

—Ya, pero tenía sus razones.— la contradice Barcelona, arrepintiéndose al ver como la morena rodaba los ojos.— A Tokio siempre se le va la olla, ¿o se te olvida que le hizo la ruleta rusa a Berlín? Porque a mí no.— discute.— Está pero sedienta de poder, y es la menos apta para llevar a cabo esta mierda.

—Fui yo quien le dio la idea de tomar el liderazgo.— musita Nairobi con inseguridad, sabiendo que la reacción de la castaña no sería nada buena. Sus ojos pardos se abrieron con incredulidad, al igual que su boca y la risa que prontamente inundó aquel despacho.

—¿Tokio líder?— cuestiona entre risas.— ¿Qué te pasa, que estás loca?

—Loca no, soy racional.— la castaña ríe con aún más ganas, risas amargas y vacías.— Mira que estoy hasta la puta mierda de este patriarcado de los cojones, Berlín y Palermo son igual de misóginos y asquerosos, disculpa que te lo diga pero es así.

—¡¿Tokio?!— vuelve a cuestionar Barcelona, ignorando todo lo que acababa de decir la morena, sin poder creer que aquella idea haya salido de un cerebro tan... lúcido como el de Nairobi.— Que si querías empezar un puto matriarcado pues te ofreces tú, tía. O Estocolmo. ¡Hasta Lisboa! ¡O yo, joder!

Nairobi ríe con sorna.— ¿Tú? Pero si tú estás cortada con la misma tijera que esos otros dos, sóis tal para cual.

—¿Ah, sí? ¿Crees que soy igual de asquerosa que Berlín y Palermo?

—Eso no es lo que dije.

—Entonces, ¿qué?

Nairobi vacila por un buen rato antes de abrir la boca, ya que no quería herirla de ninguna manera. No quería hacer más daño del hecho, mucho menos terminar peleada con una de sus hermanas.— Pues que estás vacía, mujer, estás hecha polvo.— murmura, con aires nostálgicos que dejan a Barcelona perpleja y en silencio.— Ya no eres la Barce de antes, estás hecha todo un lío. Le clavaste una navaja a ese tío en los huevos, ordenaste que no le alimentaran por horas, diste la orden de no curar a Arturo... Joder, esque eres una sociópata más. Ya está.

BARCELONA; Berlín [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora