Capítulo 18

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Se acercaba el fin de ese primer verano en los campos de Midvale, como en tantas otras veces, Eliza frenaba el jeep descapotable de llantas 4x4 en el pequeño garaje de los Luthor.
Se quedó un instante sentada ante el volante, mirando alrededor con expresión expectante.
Veía muchas cosas a la vez, pero de entre todas ellas, a sus preciosas hijas que por ser gemelas, llamaban mucho la atención.
No podía llamarlas desde donde estaba, pero si respondía al saludo de Lillian desde lo alto del balcón en su segundo piso.

- Sube Eliza, sírvase una copa y conversemos -

Por cortesía, la señora Danvers aceptaba la invitación, aunque también lo haría con prisas.
En casa, les esperaba la merienda de la tarde y la visita de una persona, un amigo, alguien de quien ha dependido de su ayuda en los últimos seis años, y que era imposible cancelar su aparición.

- Me da gusto verte por estos lados Eliza. Ya sé que tus chicas deberían estar en casa, pero están tan entretenidas con mis chicos sobre sus caballos, que han perdido la noción del tiempo. - decía la fina dama, sirviendo de su botella de sidra acompañando de trozos de manzanas.

- En verdad, a mí también me da gusto como mis niñas son muy felices desde que ustedes están vacacionando en esta villa. - dijo, y su mirada tornó un aire de pesar. - si tan solo, algún día, el recuerdo de su difunto padre no les atormentara el desarrollo. A mi pequeña Lara, la culpa la aborda por las noches. Es difícil para ella el poder dormir, sin que los brazos míos o de Madga, mi fiel cierva me apoye para cansarla en sus sueños.
En cuanto a Kara, bueno, ella es más natural. Ella ha aceptado que su padre no camine en éste mundo. Pero lo que sí, me saca de quicio, es que Lara le obligue o más bien, se queje de que incluso con Alex, yo y Kara no sigamos llorando su luto.
Y es una barbaridad, de que es apenas una cría de nueve años, y con un carácter muy fuerte.

Lillian lo sabía bien, de que en los Danvers había un vacío muy grande y aparte de ello, que sin que éstos aparecieran en la villa, habría sido una temporada más de verano insípido y triste.

- Sabes, yo tengo a un amigo en la ciudad que brinda apoyo moral para casos como el de la familia. - decía Lillian, tratando de llevar la conversación con un cuidado de no herir ni lastimar. - es un excelente terapeuta y que no dudaría que la salud mental de sus niñas y la de usted misma, haga cambios increíbles.

- De hecho mi estimada señora, pero desde hace ya unos años ya contamos con el apoyo del doctor Hiram Davis, un psicólogo que vive en la zona y que nos conocemos de toda la vida. Tiene como 63 años, y es casi como un abuelo para las niñas. Lo adoran, en especial Kara, a quien le aprecia y aprende mucho de él. Le ha compartido el gusto por la lectura, con su enciclopedia de viajes por el mundo.

- Si. Pero Eliza, estás haciendo más difícil que tus chicas se desprendan de una vez por todas que de su figura paterna haya partido al otro mundo, y en cambio, darles el tiempo un abuelo a ellas sería de pensar, de que si el señor a quien dejas entrar a tu casa, por desgracia, le ocurra una fatalidad, sean tus hijas quien también le lloren y jamás superen dichas tragedias.
Si me dices que la pequeña Kara, haya tomado el asunto con seriedad, entonces, la cosa podría voltearse y sea ahora, el que Kara tenga tantas preocupaciones.
Y eso que es una niña todavía, que el tiempo y las acciones la moldean y rigen la dirección de cómo vivirá siendo ya mayor.

De cierta manera Lillian Luthor tenía razón.
Eliza tenía todas las buenas intenciones en que sus hijas gemelas pudieran ya superar la partida de Jeremiah, su padre.
Cuando éste murió, Alex de seis añitos vivía con su familia, ajena a tales desgracias y las gemelas, habían visto el cuerpo inerte postrado en la cama, al amanecer de aquella rutina diaria de levantarlo de la cama para ir a alimentar a las gallinas y limpiar sus caballos.
Pero aquella mañana, en el salón comedor, Eliza llamaba desesperada al 911 para que respondieran la urgencia médica y ajena al movimiento de sus niñas, al volverse al dormitorio, veía a Kara acurrucada en el rincón y a Lara sobre el cadáver de su padre, halando de su camisa de dormir y gritando alterada de que éste abriera los ojos.

Triunfos RobadosWhere stories live. Discover now