Día 19: Una discusión fuerte

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Lo jaló con fuerza hasta arrojarlo al interior de su habitación y luego se adentró junto a él, cerró la puerta dando un estruendoso portazo. Y luego le clavó una mirada fastidiada al imbécil que tenía en frente, Ángel se cruzó de brazos en frente de él y no le corrió la mirada. Estaba enojado por las mismas tonterías de siempre, Alastor era la persona más irritante y densa que había conocido y estaba harto de siempre tener que soportar sus sermones cuando se desaparecía del hotel por tanto tiempo. Al ciervo le importaba poco y nada que siguiera pecando pero le molestaba su absurda e irresponsable forma de ser.

No planeo encerrarte como a un pájaro u obligarte a nada. Lo único que quiero es que seas directo, honesto y que dejes de escabullirte como un niño cobarde. Dices que no me tienes miedo, no tienes porque tenerlo porque nunca podría hacerte daño. Pero demuestras lo contrario al mentirme, me mientes porque temes saber cuál sería mi reacción real.

— ¡¿Podrías solo callarte?!

Le gritó desde una esquina y se sentó en la punta de la cama. Era cierto que salía y no volvía por días enteros y nunca decía a qué fiesta iba, con quiénes estaba o con quiénes se acostaba. Era sofocante que Alastor lo controlara, no le temía como el resto del infierno y no tenía problemas en desobedecer y hacer lo que se le pegara la gana. Aún así... Era tan frustrante y pesado escucharlo hablar.

Es fácil enojarse conmigo. Ahora mismo estás enojado conmigo.

Alzó sus piernas sobre la cama y abrazó sus rodillas, desviando su mirada de él por primera vez. Ángel no sabía que se sentía que alguien lo cuidara, pero si se sentía así, era molesto. ¿Qué era lo que le jodía tanto la paciencia? Se sentía mal cuando le gritaba, siempre lo hacía sentir mal. Alastor tomó asiento a su lado, pero tal vez a medio metro de distancia de él.

No se volvieron a mirar, se quedaron callados un rato. Seguían enojados el uno con el otro.

Me molesta que me preocupes.

Ángel se abrazó más fuerte a sus rodillas, giró un poco su rostro desconfiado hacia el ciervo. Él solo se quedó mirando un punto indefinido de la habitación.

— Puedes hacer todo lo que quieras y eliges seguir relacionandote con esos psicópatas. Salir a escondidas, drogarte a escondidas, venir tarde o directamente jamás llegar. A veces me siento en un lugar íntimamente paterno que no me corresponde y te siento a ti como a un adolescente rebelde al cual debo domar. Pero odio tratar de ponerme en esa posición, eres un adulto. Se supone que sabes lo que haces, que tienes el control. Pero no lo parece, eres tan...

— No tienes que seguir tomando ese papel de padre si te molesta tanto. No tienes que preocuparte por mi. No me importa.

La araña lo interrumpió antes de que pudiera seguir vomitando más palabras de enojo. Tal vez era eso lo que tanto le molestaba a la araña. Lo estaba relacionando de forma indirecta con esa clase de figura de autoridad. Recordar a su padre le daban ganas de vomitar.

¿Por qué estás llorando?

Ángel se estremeció, frunció el ceño y se cubrió el rostro con las manos, enojado consigo mismo. Se quebró sin darse cuenta del nudo en la garganta que estaba formándose. ¿Valía la pena que alguien se preocupara por él? ¿Valía la pena que alguien tan perdido entre perversiones, vicios y excesos tuviera a alguien que lo cuidara y se siguiera preocupando con tanta insistencia? Ni siquiera su padre hizo eso alguna vez, porque nunca le dijo que tenía valor. Él solo era un desviado que no tenía forma de repararse.

No estoy... llorando.

Pero su voz se quebró al mentir de esa forma. No merecía a Alastor. Ni a nadie que invirtiera su tiempo en él. No tenía ningún valor. Estaba tan enojado con su pareja, odiaba que tratara de proteger algo que estaba roto y no se podía arreglar. Debería rendirse con él.

Levantó su rostro empapado en lágrimas cuando Alastor colocó la palma de su mano en su cabeza y le sacudió los cabellos. El ciervo le sonrió carismático, atento. Ya no lucía furioso como antes.

Jamás podría abandonarte. No me compares con todos los demás. Sé que pensaste en eso, porque te conozco. Ese mínimo pensamiento te hace mal, te hace mucho daño.

Ángel hizo contacto visual con él, sintiendo sus labios temblar. Las lágrimas de desbordaron por sus ojos hasta rodar por su mentón. Le dolía que se pelearan y que le gritara, le dolía pensar que se podía ir a pesar de que se merecía que lo abandonara. Su rostro se llenó de amargura y se arrojó bruscamente hacia su pecho para abrazarlo.

Sabes que te amo, no llores.

Alastor frotó su espalda para frenar su llanto y su manera de temblar. Era tan dramático, pero tan adorable y sensible que no podía soltarlo.

30 Días OTP / RadioDust Where stories live. Discover now