Día 22: Smut

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Ángel dejó que el fino abrigo de seda se deslizara por sus hombros hasta caer al piso. Expuso su desnudez ante Alastor, su piel blanca y el perfume dulce de su cuerpo. El contrario se aproximó desde atrás, exponiendo también su cuerpo sin ropas. Tomó de los hombros a Ángel y empezó a masajearlo con mucha suavidad, pero el arácnido se rió bajo.

Alguien como Alastor no podría hacer que se corriera, tenía mucha resistencia y la mitad del infierno se lo había cogido. Nadie era un reto para él, mucho menos alguien tan inexperto y virgen.

- Me cogen muchas personas al día. En el trabajo y en las calles. Nada te hace especial, será fácil lidiar contigo.

Alastor sonrió, aguantó sus ganas de largar carcajadas. No sabía con quién se estaba metiendo. Subestimarlo era el peor de los errores.

- Veamos por cuanto tiempo puedes mantener esas palabras.

La habitación de lleno de vapor. Los ventanales se empañaron por la alta temperatura que surgía desde el interior del cuarto. Se escuchaba el rechinar de los cimientos de la cama que parecía que se iba a derrumbar en cualquier momento. Pero a pesar de las horas... Alastor no se detenía.

- ¿Comienza a sentirse bien, cariño?

Alastor marcaba preguntas con mucho descaro. Estaba embistiendo tan duro mientras se aferraba a sus caderas desde atrás, cada golpe hacia temblar las débiles piernas del contrario. Tenía un cuerpo tan delgado y fácil de romper, pero aún así jamás iba a detenerse.

Lo que le estaba haciendo a su interior era indescriptible, Ángel estaba gritando y cuando no lo hacía, mordía la almohada con mucha fuerza mientras su interior recibía las embestidas, una más fuerte que la anterior. Aún posicionado contra la cama y con el culo arriba mientras que Alastor lo cogía demasiado duro, giró atrás con sus ojos derramando lágrimas y sus mejillas ardiendo.

Temblaba, gemía y sudaba cada vez que entraba hasta el fondo y rompía su límite. Pero Ángel lo observó enojado, no podía rendirse. No iba a ceder, nunca admitiría que Alastor era bueno.

- C-claro que no... ¡N-ngh!

Gimió fuerte cuando el ciervo golpeó sus entrañas hasta rasguñar su próstata. Ángel tembló abrumado por el placer que crecía cada vez más, quería dejar de gemir, mordió la almohada para tratar de frenar esos gemidos involuntarios de placer. Pero aún así, jadeaba muy fuerte. El choque de pieles retumbaba dentro del cuarto y el sonido era irremediable. No pudo controlarse, dejó de morder y cerró sus ojos derramando más lágrimas. Gimió cada vez más fuerte y agudo porque estaba perdiendo los estribos como un loco.

- ¿Por qué estás gimiendo tan fuerte entonces?

- Yo... Yo no estoy... ¡A-AH~!

Alastor le levantó las caderas y comenzó a nalguear sin compasión cada glúteo. No se detuvo, no podía conformarse. Cuando golpeaba, los fluidos de Ángel comenzaban a empapar sus muslos y se derramaban como hilos deslizándose entre sus piernas. Su pre semen era caliente y verlo caer contra su piel era demasiado erótico.

Ángel apretó sus puños contra las sábanas, la saliva ser escurría entre las comisuras de sus labios. Las nalgadas retumbaban, su cuerpo se estremecía fuerte ante cada golpe. Se sentía... Demasiado bien. Cuando Alastor sujetaba sus caderas y se metía hasta el fondo de todo, rasgaba lugares muy extraños. Lugares que nadie tocaba nunca. Había un punto que le estaba tocando con tanta insistencia... No dejaba de frotar ese lugar y eso lo estaba haciendo mojar sin control.

Largó más lágrimas de placer, sollozó por lo bien que se sentía. Sus pupilas viajaron hacia arriba, mientras que sus ojos se volvían grises. Solo podía gemir y temblar, sus caderas se movían por si solas. Alastor observó esa expresión tan pervertida en su querido Ángel, se había perdido por completo entre placer y morbo, en una realidad muy lejana de la que estaban viviendo. En ese momento, solo era receptivo a su miembro y al placer que inundaba cada parte de sus entrañas.

- Pensé que podrías lidiar fácilmente con esto. Eres bastante decepcionante.

Le alzó un poco el trasero, detuvo sus embestidas y entonces Ángel gimió angustiado. Quiso empujarse hacia abajo pero Alastor frenó sus torpes y descuidados movimientos. El ciervo sonrió con mucha crueldad, tenía el total dominio de su cuerpo y de su mente perdida. Era su turno de jugar y el precio que debía cobrar por haber sido subestimado.

- No... No te detengas... Por favor... No pares, se siente tan bien... Nunca nadie me hizo sentir así... Eres muy bueno, el mejor... El mejor en todo el infierno. Sigue cogiendome, por favor... Te lo suplico.

El contrario le jaló el cabello hacia atrás y capturó su mandíbula y parte de su delgado cuello con las fuertes garras de su mano, Ángel gimió al sentirse atrapado, cerró sus ojos aún demasiado agitado como para reaccionar. El ciervo enterró una mano contra su pecho y jaló fuerte como si se tratara del seno real de una mujer, logrando que Ángel gritara ante el morbo y placer que le estaba dando.

- Pídeme disculpas. Ruega.

Ángel sollozó y asintió sin dudarlo. Entonces el ciervo lo soltó, haciendo que se desplomara contra la cama. Alastor aún estaba adentro, por eso mismo la araña comenzó a frotarse a la fuerza, al borde de correrse. La sumisión, su juego perverso, la posibilidad de ser su esclavo. Todo eso causó un total caos en su sucia mente.

- ¡Lo siento! ¡Perdóname! ¡Jamás volveré a subestimarte! ¡Nunca volveré a hacerlo!

Era todo lo que necesitaba escuchar.

Alastor volvió a aferrarse muy fuerte a sus caderas y a comenzar a embestir otra vez, con una fuerza bestial y logrando que su Ángel gritara y se desarmara entre gemidos ahogados y súplicas que no hacían más que aumentar ante cada choque de pieles entre los muslos de Alastor y sus nalgas descubiertas.

30 Días OTP / RadioDust Where stories live. Discover now