Día 26: Muerte

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Corrió con desesperación entre cada desmoronada calle de la ciudad. Todo estaba en ruinas, el fuego consumía los rincones y los pecadores iban muriendo uno por uno cada vez que esas figuras celestiales de muchos metros de altura destrozaban con sus filosas armas los cuerpos de los demonios de baja categoría.

Lo encontró.

En medio de escombros y con su espalda repleta de largas y mortales lanzas rompiendo cada órgano vital, estaba recostado sobre un abundante charco de sangre negra.

La radio se estaba apagando, destilaba pequeños destellos de distorsión.

Alastor...

Ángel quedó en estado de shock, no pudiendo asumir esa realidad. Ingenuamente su primer acto al volver en si, fue abalanzarse contra su cuerpo y comenzar a ejercer fuerza para desenterrar las lanzas de sus músculos. Se destrozó los dedos, su propia carne sufrió cortes graves y mientras la sangre se derramaba contra el piso y seguía jalando para quitar esos metales desde dentro de su cuerpo, Alastor abrió un poco sus ojos para mirarlo.

No sigas.

Ángel negó rotundamente, sus lágrimas estaban cayendo una tras otra. Estaba repleto de pánico y a punto de morir por todo el miedo que sentía de perderlo. Jadeó tan asustado, sin dejar de temblar por el terrible esfuerzo físico que estaba haciendo.

No pudo lograrlo, se apartó de aquellas armas con sus manos destrozadas y sin poder frenar las lágrimas de angustia y horror que fluían de sus ojos. Se dejó caer de rodillas al piso, comenzó a llorar a los gritos cubriendo su rostro y sin importarle en lo más mínimo que los ángeles vinieran por él.

Alastor estiró su temblorosa mano hacia él, sonriendo sin fuerzas.

Ven... Duerme conmigo.

Escuchó esa voz que se estaba apagando, no podía asimilar su tono tan eufórico y alegre con la monstruosa realidad, con la idea de que su voz se apagaba y se oía débil y quebradiza. Quería dormir con él...

Se recostó contra su cuerpo, sobre su sangre espesa. Intentó abrazar su pecho y esconder su rostro entre sus brazos. Incluso en una situación así... Alastor envolvía su pequeña espalda entre sus manos, protegiéndolo. Ángel solo pudo llorar ante ese gesto amable y gentil. Se aferró, jamás se apartaría de ese lugar

Eres cálido. Me gusta.

El ciervo entrelazó sus dedos manchados en sangre contra sus cabellos blancos, luego acarició su suave mejilla empapada en lágrimas. Y por último, sonrió con felicidad al apreciar la belleza de su rostro, el calor de su cuerpo y su aroma tan dulce y familiar que lo remontaban a sus memorias más alegres. El día más feliz que experimentó en ese infierno, fue el día en el que cruzó miradas con él por primera vez.

Desde ese momento, supo que se amarían hasta el día en que alguno de los dos fuera borrado.

Gracias por existir, Ángel...

30 Días OTP / RadioDust Where stories live. Discover now