Capítulo 1

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De mirada altiva y desafiante. Implacable como su sonrisa. Se pasea por la Universidad como un dios omnipotente. Lo odian y admiran en partes iguales. Nadie es indiferente a su presencia.

Su ramo, Análisis Cualitativo de la Estadística (ACE), en el último año, es lo que todos conocen como un colador. Sólo la mitad de los estudiantes son capaces de aprobar con él.

Para la universidad representa una posibilidad de reducir al máximo los egresados. Cada año al menos 50 estudiantes de seis carreras, toman su ramo. Para el cuarto miércoles de julio, sólo quedan en pie 25 de cada carrera. Veinticinco cansados, estresados y enemistados estudiantes que deben enfrentarse a la Prueba Integral de Conocimientos (PIC), que determinará si podrán o no continuar hacia el último tramo de la tesis de grado. Reprobar significa perder el año.

—¡¿No hay otra opción?! —exclamé afligida.

La Jefa de Carrera, aplicando todas sus habilidades interpersonales, se disculpó con la mirada y negó con la cabeza.

—Es un buen profesor. Sus estudiantes al finalizar el semestre egresan con mejores puntajes en la PIC, si los comparamos con sus compañeros.

«Si es que salen»

—Le dicen El Demonio —suspiré.

Ella rio por lo bajo. Por supuesto que sabía cómo lo llamaban.

Llegado a tercer año, no hay un sólo estudiante que no haya escuchado su nombre.

«Este profe es terrible, pero nunca como Arnau»

«Dices eso porque no has tomado un ramo con El Demonio»

Santiago Arnau. En sus 30. Estudiante de excelencia, un año como ayudante del ramo, siete años como docente adjunto. Cualquiera que cursara el quinto año te podía decir que su apodo era el adecuado. Tomar su ramo era un accidente con consecuencias catastróficas.

—Son habladurías —desestimó con un gesto—. La gente inventa cada...

—Es mi último año —la interrumpí con la voz quebrada—, tengo que trabajar y estudiar.

—Entiendo tu dilema, Dana. Pero quizás deberías verlo de una manera más positiva, tomarlo como una oportunidad. Ninguno de tus compañeros tendrá esta posibilidad.

«¡Resulta que ahora se trata de buena suerte!»

A ese punto de la conversación tenía unas terribles ganas de llorar. El año recién pasado había sido una pesadilla. Volver y encontrarme con eso, me dejó una sensación de angustia horrible. Era como si todo se hubiera puesto en mi contra.

—Este año tomaré siete ramos para poder titularme con mi generación.

La mujer se levantó de su asiento, rodeó la mesa y, en un despliegue de todas sus habilidades de contención emocional, me dio una palmada poco confortable e incómoda en la espalda.

—Sé por todo lo que has pasado y hemos hecho lo posible para organizar tu año de la mejor manera, pero esto se escapa de nuestras manos.

Le dirigí una mirada suplicante.

Ella negó con la cabeza, inalterable, y volvió a su asiento.

—Esta es la única solución. No tengo ninguna forma de inmiscuirme en lo que la plataforma ya determinó por diseño.

La toma de ramos se realizaba desde la primera semana de marzo. La plataforma, que se utilizaba para este fin, abría las inscripciones a las 00:00 del primer lunes del mes. Desde ese minuto, los servidores de la Universidad se colapsaban de estudiantes de quinto año dispuestos a gastar hasta sus últimos datos para escapar de esa tragedia.

Mi carrera tenía dos profesoras de Análisis Cualitativo de la Estadística, una para la jornada diurna y otra para la jornada vespertina. Estas señoras de sonrisas amables y paso lento, tenían 35 cupos en su clase. Como mi carrera estaba compuesta por sólo 50 estudiantes, los cupos que sobraban eran tomados por estudiantes desesperados de otras áreas.

Los cupos de la carrera se salvaguardaban para aquellos que, al igual que yo, se matriculaban tarde. Ese año por algún error sin precedentes, mi cupo fue entregado.

—Dana, no quiero darte falsas esperanzas. La realidad es que; no me quedan cupos en la vespertina de tu carrera, sólo puedo ofrecerte hacerla en otra carrera y todos los cupos, con los otros profesores, ya se han llenado.

Suspiré.

—Entiendo.

Tomé mi bolso junto a la silla y me levanté dispuesta a abandonar lo más rápido posible la oficina.

Ella me extendió la mano y me despedí de manera casi robótica.

«¡Qué año de mierda!»

«¡Qué año de mierda!»

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Le dicen El DemonioWhere stories live. Discover now