Capítulo 28

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Qué fácil resultaría la vida si fuésemos capaces de entender todo lo que ocurre y todo lo que hace la gente desde su perspectiva. Si pudiéramos saber con exactitud, qué piensan o a qué juegan.

La vida, se siente muchas veces, como un espectáculo de magia bien armado. Hay un mago, cartas, un escenario y gente que ayuda, corre y se esconde tras bambalinas, mientras tú intentas no dar pistas al mago, de que la carta que sacaste del mazo, era un siete de espadas.

Tratas con vehemencia, de descubrir el fallo, pero entre tanta luz y barullo, se te escapa lo que se teje alrededor con la precisión de muchos profesionales.

Alex me dijo una vez que la gente inteligente, es la gente que más disfruta de ser engañada por un mago. Siempre tienen la impresión de que la próxima vez, serán capaces de descubrir el misterio y desbaratarlo. Y es esa profunda convicción la que los hace caer en la trampa una y otra vez.

Distracción. Eso es lo que se requiere para levantar un buen show.

Dales algo diminuto en qué fijarse, dales algo gigante, pero dales algo. Mientras lo relevante, está pasando lejos de su mirada.

A la vida ponle una tesis; a un libro de misterio, un romance; y a un show de magia, un elefante en la mitad del escenario.

Nada más que decir.

En nuestras vidas, somos el badulaque que sostiene la carta en el recuerdo o el mago parado en el centro. Uno gana y el otro pierde, pero eso no depende de ninguno de los dos. Depende de que aquellos que corren detrás, se equivoquen o no.

La diferencia categórica, entre un show de magia y la vida, es que el desenlace del primero siempre deja una sensación de sorpresa y maravilla.

A veces somos el mago, a veces el badulaque y a veces somos los que corren. Yo no era ni lo uno, ni lo otro. Yo era una simple espectadora.

Y esto, nunca fue una historia de amor.

—¡Mierda, Dana!

Maggie no necesitó ninguna respuesta.

—¡Mierda!

Sentada en la banca de la parada de autobuses, me sentía como una niña pequeña, en medio de un regaño, que no entendía del todo.

Los últimos rayos del sol, se ocultaban tras la montaña y cada cierto rato los faroles de un auto nos iluminaban.

Maggie se puso en pie de nuevo y se acomodó el cabello con demasiado ímpetu. Visto desde mi ángulo, parecía ordenar sus ideas.

—Le pregunté a Ben, hasta el cansancio —me explicó—, si acaso tenías algo con su hermano y me juró que no tenían nada.

Por supuesto que se lo juró, Benja no rompería una promesa. Eso yo lo sabía.

—Lo siento —me disculpé, escueta.

Ella pareció entender que la disculpa, era por haberlo orillado a mentir.

—No, Dana, no estás entendiendo nada —me señaló con demasiada seriedad—. De haber sabido, me hubiera dado el tiempo para hablar contigo.

Algo en sus palabras, de pronto, me dio a entender que eso iba más allá de mi relación con Santiago Arnau. Y la idea me generó un escalofrío.

La busqué con la mirada.

—Maggie, me estás asustando.

En respuesta, ella me dirigió un gesto de pavor, como no le había visto desde esa ocasión, en abril, en la clase de la profesora Lemus.

—Dana, le levanté una comisión a Santiago Arnau.

«¿Una qué?»

—¿U-una comisión? ¿De qué?

Le dicen El DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora