Capítulo 6: Marzo, segundo sábado

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Bajo el mensaje se veía imponente el 11:45 y yo tenía la certeza de que había enviado ese mensaje, hace al menos un día y medio

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Bajo el mensaje se veía imponente el 11:45 y yo tenía la certeza de que había enviado ese mensaje, hace al menos un día y medio. Y desde entonces, lo había revisado tantas veces que había perdido la cuenta.

Me sentí grande, inmensa, al enviarlo, pero en ese minuto, sin ninguna respuesta, me sentía tonta y pequeña.

Impotente.

—¿Y qué te respondió?

«Nada»

—No sé, no me importa —solté con desdén.

Y arrojé un par de poleras y un pantalón al piso, que pagaron sin culpa, mi rabia.

Lina contuvo una risita al otro lado del celular.

—¡Debe estar comiéndose su propia bilis! —Parecía saborear una victoria, que yo no sentía ni de cerca.

Me tiré sobre la cama, junto al celular.

—Sí, puede ser.

Ya no quería seguir con la conversación. Era agotador fingir ser alguien que no era. Fingir que no me importaba no haber recibido respuesta. Fingir que quería que fuera feliz con su nueva novia. Fingir que podíamos ser amigos. Fingir que no lo odiaba. Fingir que no me importaba.

—Mmm...

—¿"Mmm" qué? —pregunté a la defensiva.

—Espero, que no estés pensando en volver con él, porque de verdad Dani, no-

—Eso no va a pasar...

Y no iba a ocurrir porque él ya había elegido y yo había sido desplazada a ser segundo plato. Porque cuando me contó que estaba pensando declararse, sonreí y le deseé suerte, pese a que sabía que en el fondo él quería que le rogara. Y cuando insinuó, con maliciosa complicidad, que yo sería feliz porque podría volver a mi vida de "fácil", no se lo negué.

Porque quedamos como amigos y me regocijé cuando lo propuse. Me sentí ganadora, cuando se giró con el rostro descompuesto, se alejó en medio de la lluvia nocturna y yo no moví ni un paso hacia él.

Y celebré mi malicia, con Lina, al teléfono mientras caminaba sola hacia mi casa, tiritando de frío, pero llena de mí misma.

—Así espero.

No respondí. Me levanté de la cama y recogí las poleras y el pantalón.

—¿Cómo has estado tú, Lina?

La pregunta la tomó desprevenida.

No solíamos hablar mucho de ella. Lina evadía sus propias preocupaciones hablando de mí, de mis estupideces, de mis neurosis y de mi colección de desamores.

—Aaah, sí... mejor, supongo. No sé.

Me senté sobre la punta de la cama y calculé mentalmente.

—¿7 meses ya?

Le dicen El DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora