Capítulo 17

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«Es un juego»

Una vez de camino a mi casa, casi me atropella una camioneta. Era una cuatro por cuatro; gigante, alta, ancha, gruesa y brillante, que contrastaba con mi yo adolescente; escuálida y pequeña.

Tenía 15 años y, carente de todo sentido de supervivencia, traía puestos un par de audífonos, desde donde el sonido salía más alto de lo recomendado.

No vi la camioneta. Sólo supe de su existencia cuando el ruido de la bocina atravesó la barrera de la música y de ese pensamiento volátil que me tenía sumergida.

Me recuerdo paralizada frente a los focos, como un animal en medio de la carretera, con el estruendo de la bocina repitiéndose hasta perder sentido y el rostro desencajado del hombre que conducía.

No reaccioné. Ningún sentimiento particular me inundó. Sólo me hice a un lado y permití que la camioneta siguiera su camino.

Me tomó un par de minutos más, entender qué había pasado. O en este caso, "qué NO había pasado".

—¿Qué onda con la insinuación?

Los sentimientos de este recuerdo, son los que me inundaron cuando Santiago Arnau pasó por mi lado y abandonó la sala. Sólo me hice a un lado para que pasara, luego me giré y salí también. Maggie, Sole y yo avanzamos hacia la salida.

En mi cabeza esa billetera había dejado de existir durante la tarde, cuando la había dado por perdida. Pero ahora que estaba ahí, entre mis manos, se sentía irreal.

Adentro tenía más cosas de las que recordaba; aparte del billete con que Santiago le había pagado a la chica en el sindicato, había un par de boletas, un garabato con forma de Vicente que había dibujado mucho tiempo atrás en una hoja de cuaderno, la credencial de la universidad desde donde Arnau había leído mi nombre y una foto rasgada en donde aparecíamos Lina y yo. Originalmente también estaba Vicente, pero esa parte de la foto estaba en un cajón de mi velador, que nunca abría.

—¿Dana, me estás escuchando?

Maggie tenía una mirada de preocupación.

—Aah no, nada. —Sonreí para relajar la situación—. Ya sabes, olvidé mi billetera hace dos sábados, en el sindicato.

—Y Arnau la encontró...

Me encogí de hombros.

—Si. Bueno, no le di mucha importancia.

La conversación se zanjó ahí. Si Maggie quedó o no conforme, no lo supe hasta mucho tiempo después. Y creo que, recordando ahora esa noche, podría haber adelantado la respuesta, pero era tarde y estaba cansada.

Me tapé la cabeza con la capucha de la chaqueta y salí del campus. Afuera lloviznaba levemente. Por pura costumbre revisé mi ropa buscando algo que hace mucho tiempo no estaba. Y pensé que no sería bueno arriesgarme, dos veces, a enfermar de nuevo.

Suspiré.

—Fue un día largo, estoy cansadísima.

—Te entiendo, yo estoy en las mismas.

—Ay, chicas, llegaron muy tarde. Y Arnau está tan raro...

—Una tía me llamó para contarme que mi papá había estado enfermo —les expliqué —y pedirme que lo fuera a ver. Quería saber si necesitaba algo. Luego mi celular se quedó sin servicio y para rematar todo, el bus donde venía se descompuso.

Maggie suspiró.

—Pucha, lo siento Dani. Me imagino que no debe haber sido fácil.

—¿Y tú? —preguntó Sole.

Le dicen El DemonioWhere stories live. Discover now