Capítulo 27

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Antonella anunció su matrimonio a principios de marzo. En palabras de ella, fui la primera persona a quien le contó.

Llevaba 5 meses de noviazgo con un compañero de trabajo, cuando se decidieron a dar ese paso. En ese minuto, pareció una idea atolondrada. La Anto había salido, hace menos de un año, de una relación de 4 años y medio, en la que, pese al cariño que se tuvieron, nunca pensaron en ese nivel de compromiso. Sin embargo, 5 meses después de iniciar con ese perfecto desconocido, había decidido que era la persona con quien quería pasar el resto de su vida.

"Apresurada", era un concepto que se quedaba corto. En mi cabeza, eso carecía de lógica.

—¡Estás loca!

Anto rio, ante la que fue mi primera reacción.

—¡Dioses, Beshi! No esperaba menos de ti.

—Te parece gracioso.

—¡Hilarante! Pero muy en línea contigo, bonita.

—Yo prefiero pensar, que estoy siendo sensata. ¡Apenas lo conoces! Con el otro —no recordaba su nombre—, llevabas casi 5 años y ni siquiera lo pensaste.

—Es distinto, Beshi.

—¿"Distinto" cómo?

—Cuando la persona es la correcta, lo sabes o no lo sabes. O es "sí" o es "no", pero nunca es un "lo pensaré". Cuando te pase a ti, lo sabrás, y en ese instante entenderás que ninguno de los anteriores era el indicado.

Mirado desde el sentido común, parecía una respuesta prudente y juiciosa. Algo que Anto, Lina, Sole e incluso Maggie, pensarían.

Lo que ninguna de ellas sabría explicarme, es: cuál es el minuto perfecto para ser honesta con esos sentimientos. Para ser honesta con cualquiera de esas respuestas; y, por sobre todo, cuándo es el minuto para ser honesta contigo misma.

Incluso escribiendo esto, me pregunto si ese día fui realmente honesta con él y conmigo, o sólo era presa de las aprensiones.

¿Ahora mismo, estoy siendo honesta o estoy engañándome, para justificar todo?

[17:07] Benja: Encontré tu cuaderno

—¡Qué coincidencia! —señaló Santiago, confundido.

Espiaba la conversación, por sobre mi hombro izquierdo, mientras el autobús avanzaba a una velocidad media por las calles de la ciudad.

Ante el enunciado, giré mi cabeza y le di un suave beso en la mejilla.

—Lo olvidé en tu auto, el jueves de la semana pasada —le susurré.

—Así que ahí estaba —entendió—. Y no me dijiste.

—No quería hablarte.

Santiago lanzó un resoplido.

—Así que mejor reprobabas —me reprochó.

Le sonreí.

—No iba a reprobar. Si me iba muy mal, daría sustitutiva.

—¿No era más fácil pedírmelo? —me preguntó con más seriedad que la usual.

—No quería. Estaba molesta.

Santiago alzó una ceja y bufó una risa.

—¿Molesta?

Me crucé de brazos.

—Decidiste que nos tomáramos un tiempo, justo antes de las pruebas finales.

—No, Dana —me cortó y puso su índice sobre mi nariz—. Te dejé la decisión a ti y tú pasaste de mí, una semana.

Le dicen El DemonioWhere stories live. Discover now