Uno

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Hace sólo un año Horacio y su hermano Gustabo habían decidido convertirse en policías y tratar a llegar al puesto que tiene su padre.

Habían intentado ser buzos pero la paga era una miseria y decidieron ser policías ya que era 5 veces la paga como buzo.

Gustabo por su parte estaba concentrado en ser el mejor policía y hacer lo que se le plazca en esa ciudad. Su padre lo apoyaba y trataba de enseñarle lo básico como podía, perdiendo los estribos por los miles de errores que cometían.
Jack Conway era algo serio y hostil pero amaba a sus hijos por capullos que fueran, le ponía feliz poder vigilar a sus hijos hasta en el trabajo asi que no era ningún problema enseñarles.

Hoy era su primer día de lecciones en la policía y ambos estaban emocionados por llegar a comisaría con su padre para empezar, Horacio decidió hacerse un moicano en vez de una cresta ya que era una trabajo serio y no quería cagarla como también Gustabo estaba de traje y guantes de vagabundo.

— ¡Guuaaaa! ¡mírate! Estás de puta madre Horacio — mencionó su hermano al verlo — que bueno que te quitaste esa cresta por que da puto asco.

— Esa cresta es mi esencia, respétala Gustabo. — Respondió algo enfadado Horacio retocándose el maquillaje oscuro de sus ojos en el espejo antes de salir.

— Bueno, apresúrate papu se enfadará si llegamos tarde – Advirtió Gustabo a pasos de subirse al audi.

— Conduces tú, Gusnabo.

Apenas emprendieron camino desde el departamento de Horacio hasta comisaría en el audi amarillo fueron cantando Mayonesa, tusa y la macarena en la radio. Conducían como querían y bailaban mientras Gustabo manejaba pero se sentían bien y emocionados más que todo.

Al llegar a comisaría entraron por la parte de atrás y lo primero que encontraron fue a su padre cacheando a Segismundo, de arriba abajo con el dni en la mano.
Gustabo y Horacio al verlos estacionaron y bajaron del auto inmediatamente algo preocupados por su amigo.

— ¡Eh! ¿Pero qué pasa aquí, papu? — Pregunto el de moica roja.

El superintendente ni si quiera apartó la mirada del sujeto que tenía contra la pared con las manos levantadas.

— Aquí para ustedes dos, soy su jefe y Superintendente. No su padre ¿Entendido? — Aclaró con tono brusco y firme a lo que sus hijos respondieron asintiendo rápidamente. — bien. Y llegan tarde, capullos.

— ¡Están abusando de mi! ¡Eso es lo que pasa! ¡Díganle a mi cabra margarita que la amo! — Grito aterrado Segismundo contra la pared.

— ¡Calla coño! – dijo el superintendente. — Ustedes vayan a mi oficina. Ya me encargo de ustedes dos.

Ambos hermanos se miraron y levantaron las cejas curiosos y procedieron a hacerles caso sin protestas de fondo los llantos de Segis que exigía que lo soltaran.

Apenas llegaron a la oficina de su padre, Horacio corrió hasta estampar su trasero en el asiento negro de cuero. Estaba lleno de ceniza de cigarrillo y rasguños raros, parecían de algún gato. Gustabo reía al ver a su hermano sentado en la silla de su padre y empezó a fisgonear en sus cajones del escritorio, buscando algo interesante. Sólo encontró fotos de ellos de pequeños, cajetillas de cigarrillos y unas gafas negras. Horacio no tardo en quitárselas a su hermano y ponérselas como también un cigarrillo en su boca.

— ¡Sois unos anormales! ¡Capullos! ¡Os voy a matar! — Exclamó Horacio con una ceja levantada y levantando el puño, fingiendo ser su padre.

— Ostia, Ahora finge un ataque al corazón — Dijo entre risas su hermano.

Horacio se apretó el corazón, antes de empezar gemir y hacer quejidos alguien abrió la puerta bruscamente, casi azotándola a los que los dos miraron asustados pensando que era su padre enfadado.

The police cry a lot [Volkacio]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora