Nueve

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Seguía dejando besos en sus labios, porque muy mareado se podía encontrar pero seguía disfrutando meterse con Horacio. Le besaba como podía sus mejillas que casi siempre estaban calientitas y le gustaba pensar que era gracias a él y sus mimos.

Seguían abrazados; Volkov tenía dolor de cabeza así que reposó su frente en el hombro de Horacio y gimió del dolor.

— Tiene nuevo trabajo, Horacio— habló el ruso con la voz dificultosa aún con la frente en el hombro de este mismo.

— ¿Y cuál es?

— Llevarme al hospital, me siento de la mierda. — Dijo caminando hacía la puerta y tomando las llaves de su auto.

— Hombre, no puedo ir al hospital. — contestó nervioso — ¿Y si mi papá está allá? ¿O Gustabo?

— No creo que suceda nada, entrará conmigo a la sala, me podrán unos puntos y nos iremos — aclaró extrañado de la preocupación casi innecesaria del menor.

— No — aseguró firme de su respuesta con los brazos cruzados. — Me quedaré aquí.

— ¿En mi departamento?

— Mika necesita compañía. — dijo con firmeza en su voz pero a la vez desesperado de convencer a el mayor señalando a la gata que dormía en el sofá.

— Creo que a usted se le está olvidando de que rango es. — mencionó con una voz desafiante y las llaves del auto en su mano.

Horacio frunció el ceño y agarró las llaves que le tiraron para caminar con una mueca y a paso pesado hacía la puerta el cual se encontraba su peligriseaceo con sus gafas de sol ya puestas. Había olvidado que se comía el morro con el comisario de policía por un momento y que tenía que hacer todo lo que el dijese, aunque ni en servicio se encontraban.

Ambos emprendieron camino hacía el hospital. Volkov se fue en el asiento trasero acostado y con la mano en frente, sentía que en cualquier momento vomitaría por la ventana, pero estaba más ocupado con Horacio que no podía evitar poner la radio repetidas veces y que repetidas veces se la apagaran.

— Pero que hombre más aburrido, tío — mencionó sin sacar la vista del camino.

— Me duele la cabeza, por favor — pidió acostándose en el asiento de atrás sintiéndose la fiebre con una mano.

— ¿Quieres parar para vomitar? — le preguntó preocupado Horacio.

— No, no estoy "así" de mal.

Horacio volvió a encender la radio con una sonrisa. Volkov la apagó y se le quedó viendo a Horacio con el ceño fruncido.

— ¿Siempre fuiste así? — habló ya más harto.

— ¿Así como?

— De atrevido y extrovertido — Aseguró — a veces me sorprende como es que tu padre no te haya casi matado a porrazos.

— Volkov. — le mencionó ya más serio.

— ¿Qué quiere?

— Usted cree, que si yo tratara de convencer a papu sobre lo nuestro... ¿Aceptaría todo esto?

— Eso depende. — afirmó mirándole con seriedad.— ¿Cómo se lo tomo cuando usted le dijo que le gustaban los chicos?

Horacio sonrió de oreja a oreja y dio unas risillas recordando aquellos tiempos.

— Fue cuando tenía 16 – le contó girando el volante del vehículo aún con la mirada en el camino. Sonriendo para sí. — pero créame; eran... otros tiempos. — El ruso levantó una ceja.

The police cry a lot [Volkacio]Where stories live. Discover now