Quince

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Su padre trató de mentalizarse sobre lo que sucedería si llegara de perder a Horacio. Le fue imposible.

Tenía tanto miedo de que algo le pasase a su hijito menor que se encargó personalmente de llamar a toda la malla para que clausurarán y/o vigilaran la entrada como todo el hospital en si.

En su celular se encontraban siete llamadas perdidas del el comisario ruso, que por esta misma razón; se encargó personalmente de informar a todos los agentes que Viktor Volkov tendría prohibida la entrada al hospital de los santos hasta que Horacio pueda entrar en servicio de nuevo.

Volkov se quería sacar los intestinos por la boca.

— Coño, fue mi culpa. Todo fue mi puta culpa. — no paraba de repetir con aflijo.

No le importaba detener el tráfico a este punto, ya que se encontraba en medio de la calle donde anteriormente se fue la ambulancia. Sus manos cubrían su rostro que rebalsaba lágrimas.

Un ems se quedó para curar a Gustabo que estaba abatido por un disparo en el hombro, mientras Greco intentaba ir ayudar a Viktor que no paraba de mojar el cemento de la calle con sus lágrimas.

— Volkov, escúchame, sé que todo se ve de la mierda pero... — Inmediatamente el mencionado interrumpió al de barba.

— Necesito ir a verlo, necesito saber como está, necesito hablar con el superintendente. — manifestó con una voz ya más firme.

— ¿Crees que lograrás algo? — preguntó mientras colocaba una mano sobre su hombro.

— No me queda mucho por perder.

Limpió su rostro, enderezó su columna y emprendió camino hacia el hospital, sin saber que se encontraría.

Cuando llegó vio a por lo menos cinco agentes con carabinas vigilando la puerta.

Él, con su expresión fría y sería se quiso abrir paso inmediatamente sobre aquellos alumnos que intentaban hacer bien su trabajo. Estos mismos, se interpusieron en el camino de el comisario, antes de que cruzada por la puerta.

— ¿Pero que coño hacéis? — preguntó indignado.

Los policías se miraron entre si, inseguros de responder.

— Tiene prohibido el acceso, comisario. — habló el más alto de los enmascarados.

—  ¿Y quien coño se cree usted para prohibirme el exceso? — respondió con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

— Son órdenes del superintendente.—  dijeron al unísono.

Mierda. Se mordió el labio con complexión y desvió la mirada. Luego sacó;

— ¿Saben algo del herido?

Todos los policías rieron quisquillosos, la agente Kyle se atrevió a responder.

— Pues se rumorea que le come el morro. — Los demás policías estallaron de risa mientras que ella trataba de mantener la compostura.

— ¿Algo más? — sacó serio.

— Pues no mucho.

— Vale, pues dedíquense a hacer su puto trabajo en vez de estar involucrados en chismes.— El comisario se dio la media vuelta y se colocó sus lentes de sol, sin antes mirar hacía atrás de reojo. — ¿Os a quedado claro?

Los policías asintieron algo asustados.

— Buen servicio.— finalizó con seriedad.

Se fue del hospital hacia su patrulla con el paso pesado, encendió el auto y se dirigió a comisaría. Quería ver a Horacio y tenía un plan.

The police cry a lot [Volkacio]Where stories live. Discover now