Capítulo veintiuno; Encuentros cercanos.

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Las explosiones, las llamas, los golpes de la tierra, los gritos, y el olor a sangre invadían cada lugar del campo. La guerra contra la nación del fuego no era un lugar apto, para ningún ser humano.

Ver caer a tus enemigos no te provocaba ninguna satisfacción, ver caer a tus aliados era aún peor. Pero a pesar de que todos se sentían exahustos, física y mentalmente, sus cuerpos seguían moviéndose por instinto.

No podía ver a nadie conocido, a pesar de que habían algunos aliados, los chicos no estaban a mi lado, la preocupación comenzó a jugar con mi mente, y pronto caí al suelo.

Algunos aliados murieron, otros huyeron cuando fue dada la orden. Yo había quedado tendida en el suelo incapaz de sentir la pisadas de los soldados de la nación del fuego.

Una vez se fueron me levanté sosteniendo mi abdomen con la mano izquierda, me habían enterrado una cuchilla y comenzaba a perder mucha sangre. Volví a recostarme y até un nudo en aquel lugar.

Después de levantarme caminé tambaleándose hasta una edificación del fuego. Era un ratón metiéndose en la cama de un gato hambriento.

El lugar estaba desierto, pero se sentía mucho alboroto al alrededor, gritos, pisadas de gente corriendo. Vamos Ágatha, hemos estado peores.

Caminé arrastrando mi cuerpo por una de la paredes, dejando marcas de sangre. Sentía mi cuerpo helado, y comenzaba a ver borroso, el suelo no dejaba de moverse, y sentía que mi cuerpo estaba cayendo. Mis ojos entrecerrados lo último que vieron fue a una mujer, llevaba un largo vestido rojo, tan oscuro como mi sangre, y el cabello largo y negro, como aquel pasillo.

Estaba muerta.

(...)

La guerra contra la nación del fuego había comenzado, estaba en las torretas del palacio, escondiéndome de todos. Me rehusaba a pelear.

El ruido era ensordecedor, tapaba mis oídos para no escuchar, cerraba mis ojos para olvidar, y caminaba para alejarme que aquel lugar.

A nadie le importaría si peleaba o no. Era una inútil, y no tenía fuerza de voluntad, el hombre que había amado me había roto el corazón, y con ello, todos mis sueños.

Me alejé por el pasillo oscuro, hasta doblar en una esquina donde se veía la luz del exterior, pero quedé horrorizada al ver a una chica de mi edad, luchando por su vida.

Cuando había perdido la fuerza, cayó al suelo cerca de mí, pero en un acto reflejo la pude sostener antes de que golpeara totalmente. En su último suspiro emitió el nombre de Zuko.

Mis manos que sostenían su cabeza, la soltaron inmediatamente, haciendo que está golpeara en el cemento.

Ella era, el amor de Zuko.

Mis mente comenzó a trabajar a mil por hora, ¿Qué haría con ella? Se me ocurría varias cosas, pero era incapaz de concretarlas todas.

Sólo podía hacer algo si es que seguía con vida. Ella me había quitado a Zuko. Tomé su pulso, aunque débil, seguía ahí, torturándome.

La llevé a una de las habitaciones de la torreta, la dejé en una camilla, manchándome con su sangre. A simple vista no se notaba quién estaba herida realmente, si es que no estuviera inconsciente...

El tiempo había pasado muy lento, cada minuto que pasaba me hacía entrar en pánico. No debí haber hecho eso. Comencé a dar vueltas por la habitación, mordiéndome las uñas, sacudiéndome el cabello, rompiendo los objetos del lugar. Estaba paranoica. Pero ya lo había hecho. Ya no había vuelta atrás. Dejé que mis lágrimas calleran, y tomé el pomo de la puerta. Dejé el cuerpo de la chica ahí y me marché. Me marché a buscar a Zuko.

El campo de batalla ya había terminado, habían cuerpos tendidos por el suelo tapizándolo en una alfombra carmín. Esparcidos por el lugar un grupo de tres personas gritaban el nombre "Ágatha", entre ellos, Zuko.

Al verme, cubierta de sangre se acercó a mí, con los ojos abiertos a no más no poder, y el ceño fruncido como nunca lo había visto, antes que que mal pensará la situación. Le dije dónde estaba su amada. Me miró con desconfianza, pero se fue corriendo a dónde le indiqué.

Al frente de mí se quedaron un chico de pelo negro hasta los hombros con ojos azules, y una chica de vestimenta verde, que se llamaba Toph. Me miraban con desconfianza y siguieron a Zuko.

—Ágatha, lo siento. —Fue lo último que murmuré antes de ser tomada prisionera. Como muchos otros soldados fieles a Ozai. Yo no le era fiel. No podía importarme menos el hombre que torturó indiscriminadamente a Zuko.

La verdad, Ágatha nunca me había quitado al amor de mi vida, nunca lo había sido en primer lugar. Fui yo la que siempre se hizo daño pensando que así era. Perdón, Ágatha, por culparte de mis errores.

Espero que ambos puedan ser felices, y puedan estar juntos tanto como quieran. Mis ojos, secos de tanto llorar, derramaron una lágrimas más, sería la última por ti, Zuko. Tu amada está bien.


мάѕcαrαѕ ↯ zυĸo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora