CAPÍTULO 13. HOGSMEADE

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Como era habitual cada vez que pasaba algo entre Malfoy y Harry, durante los días siguientes ninguno se dirigía la palabra. Pero esta vez algo más había cambiado. El Gryffindor y el Slytherin ya no tenían que realizar ningún castigo, por lo tanto, no había ningún motivo por el que comenzar un diálogo entre ambos.

Harry, por su parte, sí que se había planteado acercarse a Malfoy en algún momento para disculparse. A pesar de que su venganza nunca había sido la de provocar que el rubio le hiciera sexo oral en mitad de la clase de Pociones, al final había sucedido y él en ningún momento había detenido lo que en un principio debía haber sido una broma. Por ese motivo el chico se sentía realmente mal. Pero después de tantos años yendo al mismo colegio, Harry conocía a Malfoy y suponía que quizás lo mejor era que mantuvieran las distancias.

Y el Gryffindor estaba en lo cierto. Por su parte Malfoy no quería volver a ver al moreno ni por red flu. No quería acercarse más a él, pero no por los motivos que el chico de gafas creía. Era cierto que el moreno había ido demasiado lejos con la venganza, pero lo que peor hacía sentir a Malfoy era el hecho de que se había sentido excitado por su mayor enemigo.

***

La noticia sobre la visita a Hogsmeade de aquel sábado por la tarde, se extendió más rápido que una Nimbus 2020 entre los alumnos. Cuando llegó el día, Harry y sus amigos se alegraron de poder colgar sus uniformes y vestir su propia ropa. El moreno se enfundó unos vaqueros negros, una camiseta de manga corta y una sudadera de color amarillo con el número quince a la espalda. Hagrid se la había regalado por su quinceavo cumpleaños y era muy especial para él; Hermione por su parte se ciñó en un hermoso vestido de color beige; y por último, Ron llevaba puesto unos pantalones vaqueros y un jersey marrón que acentuaba el color naranja de su cabello.

Hacía meses que Harry y sus amigos no habían estado en el pueblo de al lado de Hogwarts, por lo que se morían de ganas de ir. Al igual que el callejón Diagon, aquel pueblo habitado únicamente por magos había sido un lugar que a Harry siempre le había llamado la atención, ya que la mayor parte de su vida había vivido rodeado de muggles.

Mientras iban de camino, el Gryffindor palpó los bolsillos de sus vaqueros. Sabía que algo faltaba ahí: su varita. Se sentía raro yendo sin ella, como indefenso. Al ser mayores de edad, Harry y sus compañeros de curso tenían permitido utilizar la magia fuera de Hogwarts, motivo por el que, Mcgonagall, previniendo cualquier tipo de uso indebido había prohibido a los alumnos de su edad ir armados a Hogsmeade.

Nada más llegar al pueblo, lo primero que hicieron los tres fue entrar a la tienda de caramelos Honeydukes. Harry compró varias ranas de chocolate y una bolsa entera de grageas Bertie Bott. Ron, por su parte se decantó por los chicles superinflables. En cuanto a Hermione, ella no se compró nada ya que estaba reservando sus galeones para comprar una pluma especial en la tienda de plumas Scrivenshaft.

Después visitaron la tienda de artículos de broma Zonko. Al ver el letrero de la tienda, Harry sintió un nudo en el estómago. Las bromas de los gemelos Fred y George habían sido de lo más famosas entre los alumnos de Hogwarts, incluso habían llegado a montar su propia tienda de artículos de broma llamada Sortilegios Weasley. Por este motivo, al trio le vino a la cabeza el lamentable fallecimiento de Fred el año anterior. Nadie dijo nada en voz alta, sin embargo, Harry advirtió como Hermione apretaba la mano de Ron para darle ánimos.

Dentro de la tienda, la chica de pelo ensortijado trató de animar a sus amigos gastándoles una broma. Se acercó a uno de los estantes de la tienda y agarró una caja musical sobre la que ella había leído en un panfleto informativo. La chica la abrió y en un principio comenzó a sonar una pieza de música clásica. El artículo parecía aparentemente inofensivo al principio, pero de repente, el ritmo cambió gradualmente hasta ser sustituido por La Macarena. El moreno y el pelirrojo comenzaron a bailar los famosos pasos de la antigua canción en contra de su voluntad, obligados probablemente por un hechizo que emanaba de la caja musical. Los tres amigos estallaron en carcajadas y entre todos decidieron comprarla para usarla con alguno de sus compañeros.

SIN PRISA PERO SIN PAUSA (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora