Capítulo 2: Señor Mundo

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La procesión de la totalidad de los huéspedes y el personal hacía el gran salón fue convulsiva. Los vestidos largos que las damas planeaban lucir en la ya cancelada cena daban dramatismo al momento y las telas, de colores lúgubres y elegantes, se batían en el aire víctimas de los movimientos de sus dueñas; mientras los trajes de los caballeros, en su mayoría negros, se mantenían pasivos y menos llamativos. Durante el momento abundaron las habladurías, las quejas e incluso una que otra negación momentánea de obedecer las órdenes del gerente que por fortuna no termino en nada.

Bastaron diez minutos para que todos estuviesen en la estancia, unos pálidos, otros confusos, y alguno que otro preocupado. El gran salón del Hotel Olympo era un museo reluciente y costoso. Había jarrones que databan de siglos pasados, pinturas exquisitas en lienzos antiguos, coloridos tapices hechos a mano en apartados y exóticos países, escudos de antiguas casas reales, espadas de caballeros medievales gallardos y decoraciones varias adornadas por damas sumisas habitantes de castillos y entregadas a su labor, además de un tocadiscos que emitía suaves melodías invitando a las personas a no entrar en pánico. Pero, entre todo, resaltaba la estatua de una diosa griega que estaba retirada junto a una ventana que la recubría de forma magnífica. Era del mismo mármol que todas las demás estatuas y al dirigir su mirida hacía ella, Pietro supo con exactitud de quién se trataba. Había tomado una clase sobre mitología griega en la universidad porque el tema le apasionaba en verdad.

—Es Hestia —le dijo a su esposa, pero ella pareció no darle importancia. Pietro continúo, ansioso por mostrar sus conocimientos en la materia —. Era la diosa griega del hogar.

Los esposos avanzaron entre las distinguidas personas que intentaban acomodarse en el gran salón, hasta tomar asiento en un diván color crema que se encontraba junto a la ardiente y gigantesca chimenea. La piel de Pietro agradeció el calor que esta otorgaba y, sin embargo, sus ojos seguían embelesados con la estatua de Hestia.

—Esperemos los policías no tarden demasiado —dijo Claire, dedicando alrededor de un minuto en analizar a cada persona, incluidas la viuda y la monja que descansaban juntas en un sofá —. Quiero volver a la habitación. Ya sabes que no me gustan las multitudes.

—Tiendes a exagerar tu agorafobia, Jill —aseguró Pietro —. A esto se le podría poner muchos nombres, pero multitud no es uno de ellos.

—¿Quién crees que lo hizo? —preguntó Claire acercándose a su oído, procurando que nadie la escuchara.

—No lo sé —respondió Pietro —, pero si hubiese sido yo, ya no estaría por el hotel esperando a que me descubrieran.

—El asesino no pudo huir. El pueblo más cercano está demasiado lejos. El frío lo hubiese matado antes de que lograra llegar, y en caso de que lo lograse, la policía ya debe tener dispuestas unidades con los ojos bien abiertos para identificar a cualquier foráneo, y dado que los suizos parecen tener la misma repulsión que yo por las multitudes, los pueblos aledaños no deben tener más de unos cientos de habitantes. Alguien sudado y jadeante sería descubierto al instante.

La campanilla de sonido molesto fue tocada otra vez, sin embargo, no tuvo mucho efecto en los huéspedes y el personal, quienes no paraban de hablar.

—¡Silencio, por favor! —gritó Hasin Mhaiskar, el gerente. La gente contuvo sus palabras y obedeció a regañadientes —. Han... han acontecido terribles... terribles cosas —Estaba pálido de nuevo, además de titubeante. Pietro supo que se avecinaban noticias no muy buenas y, para mitigar el impacto, tomó la mano de su esposa —. El camino al hotel está... está bloqueado. Una avalancha se... se deslizó desde las montañas y cayó sobre la... la carretera, impidiendo a la policía continuar con su... su camino hacia acá... —El gran salón se inundó de voces que, sumadas al caer de la lluvia torrencial, hicieron una bulla insoportable.

Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now