Capítulo 14: La confrontación

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—No debió juzgarse de la forma en que lo hizo por haber abortado, sor María Paz. Hizo lo que creyó correcto para usted y ese niño que no tenía futuro.

—El niño podría haber tenido un gran futuro, doctora Davenport, pero eso ya nunca lo sabremos debido a mi falta —afirmó la monja, apartando el velo negro de su cabeza para luego ubicarlo con delicadeza sobre la silla. Sobó su cabello con calma y más tarde observó a Claire —. Los humanos tenemos especial predilección por lo sencillo, pero la vida está llena de altibajos. No podemos solucionar todo fácilmente. Obré mal. Debí haber tenido a mi hijo y haberlo criado con sudor y lágrimas, como Dios manda, pero en lugar de eso, tomé el camino fácil. Me deshonré a mí misma y jamás pude encontrar a la María Paz que alguna vez fui... No sabe cuánto me arrepiento.

—¿Acaso Dios no la libró de sus culpas?

—Dios puede que lo haya hecho, pero yo no he podido apartarlas de mi mente...

—¿Está segura de que es eso? O... ¿Tiene algún otro pecado más reciente que confesar? —preguntó Claire, esperando que la monja hiciera alusión a lo encontrado en su habitación.

—Por supuesto que no. Me he mantenido tan alejada como puedo del pecado desde que me ordené como religiosa...

—¿Fue usted la asesina de Henry Preston Blackwood, sor María Paz? —preguntó Claire, sin más rodeos y yendo directo al grano. Quería que ese misterio se acabara allí mismo para poder ir a dormir tranquila.

El rostro de la monja se envolvió en un aura de terror y abrió su boca para responder, pero no encontró palabras. Se puso en pie y subió al altar, luego caminó apresuradamente hasta estar a un paso de la estatua de Cristo crucificado.

—Ya fui asesina una vez, doctora Davenport. Maté a mi propio hijo y me flagelé por ello años tras año e incluso aún lo hago. Al señor Henry Preston Blackwood lo perdoné hace mucho, si es que alguna vez lo culpé por algo de lo sucedido. Me ordené para estar en la gracia del señor y para evitar el pecado a toda costa. Jamás he pensado en una venganza más que contra mí misma. Ansío ir al cielo a descansar en los brazos de Dios y matar al señor Henry Preston Blackwood no vale una eternidad en las brasas del infierno.

Claire se puso en pie, quería escuchar mejor a sor María Paz, pero cuando estuvo a punto de subir al altar y acercarse, algo la detuvo. Era la mirada de la estatua de Cristo crucificado que le producía repulsión y que en ese momento no pudo controlar. Tuvo que bajar la mirada y apuntarla al suelo para evitar vomitar. Pasó su cabello rubio tras sus orejas y habló.

—Encontré rastros de sangre del difunto que dirigían a su habitación, y al entrar allí, hallé el arma homicida: la estatuilla del centro de mesa. Estaba limpia, pero rota y maltrecha.

Sor María Paz se giró y regresó junto a Claire. Le alzó la cabeza con una mano y la observo. Ambas callaron por un momento.

—El Señor Mundo es despiadado, es una bestia, pero también es inteligente... ¿Qué estatuilla encontró en mi habitación?

—La estatuilla de Deméter.

—Pues no era la que estaba originalmente allí. Si Dios me lo permitiera lo juraría por él. Hay una de aquellas estatuas en cada suite del hotel Olympo. Le pregunté a la recepcionista por esos objetos al llegar. Me causó interés la adulación a dioses falsos como aquellos. Más tarde, el gerente Mhaiskar me explicó que era tradición del hotel ubicar una estatuilla en las habitaciones del segundo piso, más específicamente una por cada huésped. En su habitación debe haber dos, una por su esposo y otra por usted.

—Está en lo correcto —dijo Claire, prestando minuciosa atención a las palabras de la monja.

—También pregunté al gerente cuáles eran sus criterios para ubicar a cada una de las estatuas en cada una de las habitaciones. Me dijo que generalmente era por azar, pero que esta vez muchos de los huéspedes habían pedido tener una estatuilla en especial en su habitación. En mi habitación estaba Hestia, lo recuerdo muy bien, y supongo que debió ser ubicada al azar porque jamás aclaré que la quería en mi habitación.

—Si lo que usted me dice es verdad, sor María Paz...

—Es cierto, no me cabe duda. Cuando tenga tiempo, puede ir a su habitación y comprobar las estatuillas.

—Por lo tanto, solo debo recolectar las estatuillas para saber quién la intercambió con usted.

—No lo creo, doctora Davenport. La vida es difícil, ya se lo dije, y más cuando se enfrenta a los enemigos de Dios, como este Señor Mundo. Le costará un poco más hallarlo, no me cabe duda.

—Bueno, sor María Paz, no hay más tiempo que perder. Le agradezco su información.

—Apresúrese y que Dios la acompañe, doctora Davenport.

Claire Jillian Davenport anduvo por el camino recto que dirigía hasta la puerta arqueada, ya se sentía libre, lejos del cristianismo y sus flagelos difíciles de evadir, pero cantó victoria demasiado pronto. María Paz Anaya Villareal habló justo cuando ya estaba en el umbral de la puerta, sintiendo el frío del exterior.

—Espero que Dios ya me haya expiado por el pecado que cometí.

Claire se detuvo en seco y se giró. Con su mirada encontró a la monja entre la oscuridad, pero no se preocupó por su seguridad, ni por lo que Satán o Dios le pudiesen hacer escondidos en las penumbras. Sor María Paz Anaya Villareal ya había sufrido demasiado como para que algo la pudiera destruir más.

—Probablemente ya la perdonó —dijo Claire, pasando saliva y muy insegura de sus palabras —. Usted aseguró que perdonaba a todos.

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Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now