Capítulo 23: El veredicto

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Claire había ordenado que el personal se retirara lejos, donde no pudieran escuchar nada, mientras a todos los huéspedes y al gerente les había ordenado dirigirse al vestíbulo para disponerse frente a la estatua de todos los dioses griegos que adornaba el centro del lugar. Ella, por su parte, se posó un poco más hacia la puerta principal del hotel Olympo para ver con claridad a todos y cada uno bajo el candelabro inmaculado con esmeraldas y diamantes que caía del techo.

El primero en llegar fue Pietro di Marco Bartolini quien le sonrió tímidamente a Claire y se ubicó donde ella lo ordenó. Luego vinieron Selin Akkuş y Tadashi Kurida quienes hablaban con voz muy baja, seguidos de sor María Paz Anaya Villareal que sostenía con delicadeza y firmeza la mano de la viuda Dahlia Blackwood que permanecía en silencio sepulcral. Segundos después arribaron el coronel Emilio Jacobo Santodomingo Borrás, quien guiñó un ojo a Claire en seña de complicidad, y Dame Amelia Elizabeth Wilde que estaba inmensamente consternada porque ninguna de las capas de su vestido estuviese fuera de lugar. Más tarde apareció de entre la penumbra Olenka Vadimovna Komarova con su usual mirada sobre el hombro y su superioridad exaltante tras de la cual se ocultaba Hasin Bharat Mhaiskar con su timidez y su tartamudeo incesante que jamás paraba. Quon Ming hizo acto de presencia mientras observaba a todos con enemistad cabalgante, como si hubiese llegado a un campo de batalla mordaz, pero antes de que ocupara su lugar, Bruna Palmeiro Arantes lo rebasó con su cuerpo despampanate y sus rizos indomables y tomó el lugar que le pertenecía. El último en llegar, como Claire lo había presupuestado, fue el profesor Lars Schlüter, quien caminaba con un paso tan parsimonioso y relajado que terminó desafiando la paciencia de algunos otros huéspedes.

Claire tenía a todos los posibles culpables frente a ella y podía ver cara a cara a cada uno, sabiendo lo que escondían, sabiendo sus verdades más devastadoras y sus secretos más íntimos. Había conocido a aquellas personas sin piedad y abruptamente, y como un tifón que golpea la costa sin previo aviso había irrumpido en sus almas y corazones para conseguir un bien mayor, un bien que esperaba alivianara la carga de todos aquellos que no eran víctimas de nada más que de la vida.

Aquellas doce personas, que más ella y el difunto daban catorce, formaban la combinación perfecta para igualar la estatua de mármol blanco y puro que estaba tras de todos, al representar a cada uno de los dioses que se erigían tras ellos, intentado alcanzar algo que jamás se esculpió.

Claire pasó algunos mechones de cabello que molestaban su cara tras sus orejas y humedeció su boca para después hablar.

—Tengo una idea de quién puede ser el Señor Mundo y espero no equivocarme.

—Necesitamos que esté segura —gruñó Olenka Komarova —. Si se equivoca, estamos condenados.

—Jamás podré estar totalmente segura. A menos de que el Señor Mundo decida decirnos su nombre, siempre habrá cabida para el error.

—Es comprensible —dijo Lars Schlüter, intentando proteger a Claire de palabras mordaces.

—El que estemos hoy aquí, juntos y en este hotel en la mitad de la nada, no es coincidencia, y lamento decirles que sea lo que sea que piensan vinieron hacer a acá, fueron engañados. No está aquí para discutir una participación en el próximo bombazo de la pantalla grande, Dame Amelia Wilde. Y tampoco se harán aquí negocios para recuperar viejas glorias, señor Ming. El vaticano no espera a ninguna monja de apellido Anaya Villareal y ningún gobierno planea tener conversaciones con una diplomática rusa de nombre Olenka. Solo estamos aquí porque el Señor Mundo así lo quería. Ni siquiera Pietro y yo estamos aquí porque queremos. Él lo planeó todo y lo planeó tan bien que hasta logró engañar al señor Blackwood para que saliera de su zona de confort y viniera a un lejano hotel en Suiza con poca seguridad bajo una promesa, imagino, de un jugoso negocio que no pudo resistir.

Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now