Capítulo 25: La cima del Olympo

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Claire se abrió paso entre los huéspedes, quienes la miraban atónitos en su avance por las estrechas escaleras de caracol y se pegaban lo más posible a las paredes de ladrillo para permitirle pasar. En algún momento algún empleado le había mencionado que dicha torre pertenecía a un castillo que a su vez era el edificio original que se había erigido ahí muchos años antes del actual hotel.

Cuando llegó a la puerta de madera, que parecía separarlos de un calabozo, halló a su esposo y también al coronel, ambos profundamente consternados.

—No quiere abrir la puerta —sostuvo Pietro.

—Asegura que si la tumbamos publicará todos nuestros secretos —añadió el coronel.

—No permitiré que la tumben —dijo Olenka —. No llegamos tan lejos para nada. Si le desobedecen, todo lo que hizo la doctora Davenport habrá sido en vano...

—Y nuestras vidas se irán al caño —añadió Quon Ming.

—Intentemos tumbarla y rezar a Dios para que logremos detenerlo antes de que publique los datos —sugirió Bruna Palmeiro.

—Demasiado riesgo, jovencita —dijo Amelia Wilde —. En estos casos es mejor acudir a la prudencia.

—Usted debe hablar con él, doctora Davenport —aseguró Lars Schlüter —. Ya lo hizo una vez, lo que le da ventaja. Debió haberle dicho alguna cosa que le pueda ser útil.

—Pero todo pudo haber sido mentira —sugirió Selin Akkuş —. Si Tadashi se precia de ser tan inteligente, no creo que ande hablando de su vida privada con cualquiera, y menos con la investigadora del asesinato que él mismo cometió.

—Haya dicho o no mentiras, que la doctora Davenport le hable con la verdad es la mejor opción que tenemos en este momento. No olviden que es una psiquiatra. Jugar con la mente es su trabajo, y ya probó sus intachables aptitudes y su valía en la apoteósica tarea de descubrir el nombre del Señor Mundo.

—¡Lo haré! —exclamó Claire —. Hablaré con él.

La doctora dio tres golpecillos fuertes a la puerta de aspecto deprimido y descuidado y habló seguidamente.

—¿Puedes concederme un minuto de tu tiempo, Tadashi?

—No le permitiré entrar, Claire. Si lo que planea es que la deje pasar, es mejor que desista.

—Podemos llegar a un acuerdo.

—Hay doce personas allá afuera, y la mayoría me odian hasta la médula. ¿Cree que si me dejaran ir lograría seguir con mi vida normalmente? Con seguridad el gobierno ruso me perseguiría hasta asesinarme por la información que poseo gracias a Olenka, y el gobierno chino no tardaría en interceptarme para torturarme hasta que escupiera los secretos de otros países, especialmente de Estados Unidos.

—Lo comprendo, pero al menos acceda a hablar conmigo. No tengo nada en su contra. No ha hecho nada malo contra mí, y si publicase esa información yo también seguiría estando ilesa. No hay nada que me lleve a traicionarlo.

—¿Y su amor por Pietro? —preguntó Tadashi Kurida desde el otro lado de la puerta —. ¿No me traicionaría por salvarlo a él?

Claire tardó mucho en responder.

—¿Recuerda cuando me preguntó si mi matrimonio estaba en la cumbre? Bueno, pues mentí. Mi matrimonio no está yendo hacía la cumbre, ni siquiera a paso lento como le dije en un principio hace un par de horas —sostuvo Claire, mientras todos los oídos de los huéspedes, el gerente, el Señor Mundo y su esposo la escuchaban —. Lo que estoy haciendo esta noche no lo hago por Pietro, Tadashi, lo hago por todos los que estamos aquí afuera. Lo hago para evitar que todo el daño que causó el señor Blackwood en vida se propague aún más. Nadie merece que un muerto siga atormentándolo.

Olympo en PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora