Capítulo 3: Henry Preston Blackwood, el multimillonario

2.4K 329 102
                                    

—¡¿Por qué la nombra el asesino?! —preguntó la señorita Komarova con nulo tacto, observado a Claire con sus ojos grises.

Claire había quedado sin palabras luego de escuchar el disco. ¿Por qué alguien que se hacía llamar Señor Mundo la nombraba como la única inocente? No tenía la menor idea. Hizo un repaso rápido y totalmente infructuoso de su vida. Nacida en Brisbane, Australia. Criada por su madre, una vendedora de bienes raíces, y su padre, un chofer. A los 18 se trasladó a estudiar a Sídney. Luego de muchos años se graduó como doctora e hizo una especialización en psiquiatría. Tuvo unos 5 novios, el último había sido Pietro, con quién se casó. ¡No había nada sobre un Señor Mundo!

—Nos nombró a todos, no solo a Jill —aclaró Pietro, saliendo en su defensa como el caballero que era —. Usted, señorita Komarova, debería empezar a preguntarse por qué está aquí y no por qué el asesino nombra a Jill. —Se preparó para alzar la voz —. Porque según el asesino, todos estamos aquí porque deseábamos matar al señor Blackwood —declaró al tiempo que observaba a cada uno.

—¿Deseaba usted matar al señor Blackwood? —preguntó el señor Schlüter, y al fin, tanto Pietro como Claire, lo pudieron ver. Era un anciano, de larga barba blanca y poco cabello en la cabeza.

—Ni siquiera lo conocía —aseguró Pietro, sin ápice de duda o titubeo —. Jamás había escuchado ese apellido.

—Entonces el Señor Mundo miente —concluyó el profesor —. Yo tampoco lo conozco.

—Por los clavos de Cristo... Líbranos del mal, Señor...

—Rezarle a Dios no nos va a entregar el nombre del asesino —refunfuñó Claire, harta de que sor María Paz nombrara a su dios para todo —. El Señor Mundo dijo que todos tenían secretos que esconder. Esa es la forma de saber si está mintiendo. ¿No tienen nada que esconder en sus vidas, son un libro abierto? Si la respuesta es afirmativa, no tendrían por qué preocuparse. Podrían dejar el gran salón sin ningún problema y el Señor Mundo no tendría nada para usar en su contra en caso de que no descubriésemos su identidad.

—Todos ocultamos secretos —aseguró la señora Blackwood. Ya había parado de llorar y se percibía más compuesta —. Nuestras vidas son una constante pujanza por ocultar lo que no queremos que los demás sepan e inventar lo que sí. No creo a quien diga que no tiene secretos —observó a Claire.

—Supongo que está en lo correcto, señora Blackwood —concordó Claire —. Tengo secretos, pero ninguno que pueda salir a la luz y destruir mi vida. Algunos serían vergonzosos y otros hasta ridículos, pero jamás del calibre necesario para arrastrarme con ellos a la ruina. Por eso mismo deduzco que el Señor Mundo me escogió para llevar a cabo la investigación.

—Es usted muy afortunada —aseguró el señor Kurida, con su voz de un solo tono. Tenía los brazos cruzados mientras sus ojos recorrían la habitación —. Yo optaré por intentar descubrir quién es el asesino. Tengo secretos y no permitiré que destruyan mi vida.

Todos lo observaron, en parte conscientes de que tenía mucha razón. Alargar la resistencia solo haría que los secretos de cada uno salieran a la luz a las cinco de la mañana. Hubo una larga charla, seguido de un debate acalorado que terminó en un acuerdo. Los huéspedes y el gerente se dispondrían a encontrar el nombre del asesino, otorgando la información necesaria para ello. Tan solo había un problema: nadie quería contar todos sus secretos en público.

—Daría lo mismo contar nuestros secretos en este salón lleno de oídos que esperar hasta las cinco de la mañana para que el Señor Mundo los publique o los venda a algún portal de noticias —aseguró Bruna Palmeiro, rascando su cuero cabelludo y mirando al piso.

Olympo en PenumbraDär berättelser lever. Upptäck nu