Capítulo 4: Dahlia Blackwood, la viuda

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Claire Jillian Davenport no sabía cómo hacer un interrogatorio policial, pero la mitad de su vida laboral se basaba en escuchar a los pacientes decir sus verdades, sus secretos, sus pecados, las cosas que nadie más desea escuchar o las cosas que algunos no pueden guardarse más. Sus pacientes eran de lo más peculiares. Trabajaba como directora de un hospital psiquiátrico en San Francisco, California y amaba su trabajo.

Lo que estaba a punto de hacer debía ser, si quizá no igual a las consultas con sus pacientes, muy similar. No había escogido los lugares para llevar a cabo el interrogatorio, o como ella prefería llamarlo la "entrevista", al azar. Los había calculado. Recordaba con claridad algo que había leído en algún texto académico: las personas tendían a ser más sinceras cuando el ambiente es ameno y familiar para ellos, y aún mucho más si la persona que les hablaba inspira confianza.

Ella no inspiraba mucha confianza en su vida cotidiana, pero había aprendido a actuar para sus pacientes, a ser lo que ellos querían que fuese. Usaría esa misma estrategia, que con algo de suerte emanaría en Dahlia Blackwood algún ápice de honestidad.

La señora Blackwood apareció en el invernadero tan sublime como siempre. Sus pasos lentos se escucharon en el suelo de piedra pulida y su reflejo se vio en los cristales que cubrían el lugar de las inclemencias del clima.

La cúpula que cubría el invernadero era simplemente magnífica. Totalmente transparente y con uniones casi invisibles, dejaba ver la nieve y la lluvia caer como en la navidad ideal. No había nada reprochable en ese lugar. Hacía más calor que en el resto del hotel, esto con la finalidad de mantener en excelente estado a las exóticas plantas, flores y árboles.

Claire, que estaba en una silla fina y curvilínea que acompañaba a una mesa para tomar té junto a un esbelto árbol de flores amarillas deslumbrantes y tronco elegante, se puso en pie al ver a la señora Blackwood. Cuando ambas estuvieron listas, tomaron asiento. Un camarero pulcro se acercó a ellas aprisa, rodeando la estatua de mármol de una diosa de mirada confusa, y con una tetera que llevaba en la mano sirvió té verde en las tazas que ya estaban dispuestas junto a discretas galletitas de avena.

Cuando Claire se hubo preparado para entrar en su papel de psicóloga habló.

—Discúlpeme, señora Blackwood. Entiendo que esté afligida y de luto, y sé que este no es el momento perfecto para una entrevista con una extraña como yo, pero debemos descubrir al Señor Mundo. —La señora asintió, aferrándose a su pañuelo negro.

El gerente Mhaiskar se había encargado de hacerse con un mapa del segundo piso con las habitaciones y sus respectivos huéspedes y también de recolectar los pasaportes de cada uno de los sospechosos con anterioridad, y ahora todo descansaba en un bolso propiedad de Claire. De ahí extrajo el pasaporte perteneciente a la señora Blackwood y su difunto esposo. Ambos documentos eran del mismo país, con una cubierta azul donde se podía ver un escudo y leer con dificultad "United States of America". Al abrirlos, Claire comprendió por qué las letras estaban tan desgastadas. Los esposos viajaban en exceso. Conocían todos los continentes y por supuesto decenas de ciudades, Londres, París, Tokio, Moscú, Nueva Delhi, Buenos Aires, Ciudad de México, Johannesburgo, Estambul, Los Ángeles, Sídney...

—¿Conoce Sídney, señora Blackwood?

—Qué si conozco Sídney dice usted... —La mujer suspiró —. Mi esposo y yo solíamos viajar con frecuencia hace un tiempo. Aunque jamás me agradó la ciudad. No era por su fealdad o simpleza, al contrario, su belleza y ambiente relajado eran lo único que valía la pena por aquel viaje tan largo. Horas y horas sentada en un avión. No me era fácil soportarlo. Agradezco que dejásemos de ir hasta tan lejos... Deduzco que usted es australiana, doctora Davenport, ¿me equivoco?

Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now