Capítulo 17: Olenka Vadimovna Komarova, la diplomática

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Claire no podía dejar de pensar en cómo el tiempo se acababa con cada minuto que se iba sin que su siguiente entrevistada arribara y el desespero la empezaba a consumir. Mientras esperaba se hizo con el mapa para ver las habitaciones de todos los huéspedes. Cualquiera pudo haber sido el asesino y hasta el momento todos tenían motivos menos ella, incluso Pietro, a quien había perdido de vista durante el asesinato.

La nieve seguía cayendo con esmero y Claire no lograba acostumbrarse aún. Luego de que todo acabara, si era que acababa, tomaría un vuelo directo a Colombia, a la ciudad del general Jacobo Santodomingo. Necesitaba sol, alegría y novedad, y difícilmente encontraría aquello en una nevosa, fría e invernal Europa.

El mapa se llenó de nieve y Claire lo guardó con avidez para que la humedad de los copos y las gotas de lluvia no arruinara el débil papel. Estaba a la intemperie, en la terraza del Hotel Olympo, esperando a la señorita Komarova. La citó allí para que el lugar le recordarse su oscura y fría tierra de procedencia, Rusia.

El pasaporte de Olenka Komarova se deslizó por las manos de Claire y salió del bolsillo. Parecía que la diplomática viajaba a países muy curiosos como China, Corea del Norte, Venezuela y Colombia. Claire no tardó en comprender que tres de los cuatro países compartían violaciones a los derechos humanos y prácticas despiadadas contra sus ciudadanos, y el último, Colombia, compartía frontera con otro de los anteriores.

—¿No es mejor si me confieso dentro del hotel? Este frío es inhumano y la nieve es muy molesta —aseguró una voz desde la puerta de la terraza.

Claire se giró y observó a Olenka Vadimovna Komarova ataviada con muchos abrigos de colores tierra y un gorro que cubría su cabello castaño cenizo. Pero ni toda la oscuridad de su ropa lograba opacar esos ojos grises amenazantes que observaban altivos a cada cosa que se aparecía ante ellos.

—Pensé que se sentiría familiarizada con su hogar, señorita Komarova, aquí afuera en medio del frío y la nieve.

—Un "no" es mucho más claro y conciso y no nos hace perder tiempo del que no disponemos. Sea directa. A muchas mujeres les sobra la delicadeza en las palabras. Si no quiere hablar adentro, saldré.

—Muchas gracias.

—Le pido pregunte todo lo que quiera rápido y sin rodeos. Yo no le estoy haciendo un favor y usted tampoco a mí, ambas estamos tratando de sobrevivir. —Claire asintió.

—Su pasaporte dice que es de San Petersburgo.

—Es cierto.

—¿Y qué la trajo a Suiza?

—Trabajo. Tenía que llevar a cabo una charla con cierto ministro mexicano el día de hoy, pero no apareció, me dejó plantada. Detesto la impuntualidad de los latinos tanto como odio la parafernalia de los europeos y la estupidez de los estadounidenses... pero, pensándolo bien, definitivamente no puedo soportar a los estadounidenses... ¿Es usted estadounidense?

—No —se apresuró a responder Claire —. Soy australiana. Lo puede comprobar por mi acento.

—Para mí el inglés no tiene acentos. Es un idioma horrible y solo lo aprendí para poder entenderme con el resto del mundo. Entonces usted es australiana... muy similar a los americanos, pero más descuidados y perezosos.

—Si usted lo dice.

—¿Preguntará o dejará que el Señor Mundo revele nuestros secretos?

—¿Conocía al señor Blackwood?

—Sin duda conocía muy bien a esa víbora. Tuvo relaciones laborales con mi padre desde que tengo memoria y luego de su muerte las tuvo conmigo.

—Lamento la muerte de su padre.

Olympo en PenumbraWhere stories live. Discover now