5. Francini

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Cuando ingresé a la habitación, sentí que me encontraba en otra realidad. Por un momento pensé que esta iba a ser pequeña e incómoda, sin embargo, superó mis expectativas. Procederé a describirla un poco: tiene un tamaño considerable, los grandes ventanales nos permiten observar lo que hay más allá de la ciudad y las cortinas de marquiset combinan muy bien con el entorno. Hay una mesa de noche para colocar las cosas de aseo personal, la ropa, etc. Por último, tiene un pequeño baño enchapado de cerámica color topo cálido. Me sorprende el aseo que tiene este hospital; ese es uno de los principales aspectos en los que me fijo cuando voy a algún lugar, porque soy un poco quisquillosa en ese sentido. Bien, ya que no tengo nada más que decir, procederé a relatar cómo me fue en mi primer día.

—Bien, Viviana, mientras tú te cambias, yo te ayudaré a organizar tus cosas —dijo la enfermera mientras me entrega la bata de hospital.

Ingresé al cuarto de baño, la temperatura de este era muy baja, no pude evitar sentir escalofríos. Me quité mis zapatos y las medias; intenté ignorar el hielo que sentía bajo mis pies. Me vestí y regresé a la habitación. Después de colocar mi ropa en la mesa de noche, me acosté en mi respectiva camilla, la cual era suave y cómoda.

—Dime, ¿habrá más personas aquí conmigo? —le pregunté a la dulce mujer con sincera curiosidad.

—Sí, claro —respondió, acompañada de una enorme sonrisa—. De hecho, dentro de unos minutos tengo que traer una camilla más para la nueva paciente.

—Me alegro mucho, no quiero quedarme aquí sola.

—No te preocupes, Viviana, si me necesitas, aquí estaré.

—Muchas gracias —le dije, sonriendo de lado—. Me siento más tranquila.

—Qué bueno. —La enfermera miró su reloj—. Lo siento, tengo que retirarme, necesito actualizar tu expediente.

Al momento, se marchó de la habitación para continuar con sus deberes. Observé mi entorno por unos minutos. Lo único que se escuchaba era el aire acondicionado, cuyo sonido era altisonante e irritante, y los constantes quejidos de algunos pacientes. El sueño era más fuerte que yo, por lo que cerré mis ojos y me quedé profundamente dormida.

Mientras descansaba, tuve un hermoso sueño. Estaba en un frondoso campo de flores rojas, las nubes se movían con lentitud, estas eran grandes y blancas como el algodón, el sol brillaba más que nunca, el viento rozaba mi piel y transmitía mucha tranquilidad. Llevaba puesto un vestido color púrpura y me encontraba descalza en medio del campo. Después de vagar un rato, me senté bajo un enorme árbol para descansar. Ese era mi sitio soñado: un paraje donde podía ser feliz y vivir para siempre.

El chillido de la puerta me despertó. Con mis ojos entrecerrados, observé a otra enfermera ingresar a la habitación. Tenía el pelo corto y de color rosado; al parecer, todas las enfermeras en este hospital tenían el cabello teñido. Disimuladamente, me tapé con las sábanas y presté total atención.

—Muy bien, señora, esta es su habitación. Por favor, tome la bata y cámbiese —dijo la enfermera con un tono de voz serio y neutro.

Por varios minutos hubo silencio absoluto. Llegué a la conclusión de que tendría una nueva compañera. Me daba curiosidad conocer el nombre de la mujer, pero me daba mucha vergüenza preguntarle a la enfermera, ya que sonaría muy chismoso de mi parte y esa no era la idea. Escuché la puerta del baño y el crujir de su camilla, esa era mi oportunidad para conversar con ella.

—Puede buscarme para lo que necesite. Con permiso. —La puerta se cerró de golpe.

Me quité las sábanas y observé a la paciente durante unos segundos. Era una mujer de aproximadamente cincuenta años de edad, tenía el cabello largo y canoso, y lo llevaba peinado de un hermoso moño, su tez blanca resaltaba el deslumbrante azul de sus ojos.

—Hola —le dije, un tanto avergonzada.

—Hola, ¿cómo te va, muchacha? —preguntó ella, dedicándome una cálida sonrisa.

—Estoy bien, señora, ¿y usted?

—Yo me siento de maravilla, aunque un poco cansada por el viaje.

—Me lo puedo imaginar.

—Disculpe por la pregunta, muchacha, ¿cuál es su nombre? —preguntó, ladeando la cabeza.

—Mi nombre es Viviana Smith.

—Soy Francini, mucho gusto.

—El gusto es mío. —Ambas sonreímos.

—Oye, Viviana, sé que sonaré muy indiscreta, pero, ¿por qué estás aquí?

Guardé silencio. Aquella pregunta me incomodaba.

—Tengo cáncer gástrico... —respondí, bajando mi sonrisa.

Ella agachó la cabeza.

—Yo... tengo sida...

La sonrisa de ambas desapareció, la habitación quedó en completo silencio.

—¿Cuánto tiempo te queda? —preguntó Francini, desanimada.

—Si no me equivoco, seis meses...

—Pues, a mí solo me quedan dos meses, pero no hay que sufrir por estas tonterías.

—Tienes razón —dije, alegrándome por su comentario.

—Oye, ¿te gustaría ser mi amiga? No quiero sentirme sola en este lugar.

—¡Claro! Me alegra demasiado tenerla por aquí.

El día transcurrió con completa normalidad. «Francini y yo nos llevamos de maravilla, es una persona única, de hecho, creo que estoy aprendiendo mucho de ella; es una mujer simpática, fuerte y relajada. Su actitud me llama mucho la atención». La noche llegó, ni siquiera nos habíamos dado cuanta y eso nos causó mucha gracia. Me sentía alegre, porque al fin tenía a alguien con quien desahogarme y compartir mi día a día.

La enfermera de cabello rojo ingresó a la habitación para verificar nuestro estado de salud.

—Veo que ya se hicieron amigas, ¿me equivoco? —expresó, alegre.

—Sí, no hemos parado de conversar...

Francini tosió de forma agresiva. De seguro se sentía algo agitada.

—¿Estás bien, Francini? ¿Sientes alguna molestia? —La enfermera se acercó a la camilla, preocupada.

—Sí... Estoy bien, no se preocupe por mí. Estas payasadas no afectarán mi ánimo.

—De acuerdo. Lo siento mucho, pero ya es hora de dormir, señoritas. Mañana nos espera otro día.

—Rayos, tendremos que continuar con la conversación mañana, Viviana. —Las tres soltamos una risilla.

—¡Qué descansen! No duden en llamarme si se sienten mal. —La luz se apagó.

Las tres nos despedimos y nos acostamos a descansar. Estaba exhausta, pero mi cuerpo me obligaba a escribir lo ocurrido durante el día, por ello, tomé mi diario y comencé a redactar un nuevo capítulo.

 Estaba exhausta, pero mi cuerpo me obligaba a escribir lo ocurrido durante el día, por ello, tomé mi diario y comencé a redactar un nuevo capítulo

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