8. Sharon

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09 de agosto de 2012

Ha pasado mucho tiempo desde la llegada de Fiorella al hospital. En nuestra habitación había un límite de seis pacientes, por el momento, solo estábamos Francini, Fiorella y yo. Esperábamos con ansias la llegada de una nueva compañera.

El día de hoy, recibimos una maravillosa noticia: la enfermera nos comunicó que otra paciente llegaría a horas de la tarde. Eso nos alegró bastante a todas, debido a que el dormitorio iba creciendo cada vez más.

Teníamos mucha curiosidad de conocer a la chica nueva, la espera nos devoraba vivas. A pesar de nuestra evidente impaciencia, decidimos calmarnos y esperar su llegada de la forma más natural posible. Después de una larga charla, la enfermera ingresó a la habitación con nuestros desayunos; como lo mencioné anteriormente, la comida del hospital no es un manjar de reyes. En cada bandeja había dos tostadas untadas con mantequilla, un vaso de café y una manzana verde; no incluía nada interesante para ser honesta.

—Buenos días, señoritas, era de comer —dijo la enfermera mientras servía los alimentos de manera acelerada.

—Buen día. Gracias, porque literalmente estoy muriendo de hambre —expresó Francini.

Todas reímos. La personalidad de Francini es una luz que siempre ilumina nuestros días.

—Gracias, señorita, estoy hambrienta. —Fiorella tomó su plato y lamió su labio superior.

—Vaya, se nota que tienen mucha hambre —comentó, asombrada por nuestra intensidad—. Bien, debo marcharme, ya que tengo que desayunar.

—Oye, ¿no te gustaría comer con nosotras? —le pregunté, un tanto avergonzada.

—¡Me parece una gran idea! Iré al comedor a traer mi lonchera.

La mujer regresó en menos de cinco minutos, realmente estaba emocionada por desayunar con nosotras.

—Excelente, ya traje mi comida —dijo, mostrándonos su lonchera como una niña.

—¡Genial ya podemos iniciar!

Al ver que no había tema de conversación, decidí preguntarle a la enfermera cuál era su nombre, porque desde que ingresé al hospital, nunca supe cómo llamarla.

—Disculpe, señorita, ¿puedo realizarle una pregunta? —le dije.

—Claro, Viviana, dime.

—¿Cuál es su nombre? Perdón por mi indiscreción.

—Mi nombre es Pamela —contestó, sonriente—. ¡Qué desconsiderada soy! Discúlpenme por no habérselos comentado antes. Yo pensé que ya lo sabían.

—Tienes un lindo nombre... —comentó Fiorella, masticando un trozo de tostada.

Un vago recuerdo se cruzó por mi mente: mi esposo y yo ya teníamos algunas opciones para el nombre de nuestro bebé. Los que más nos gustaban eran James y Pamela. En ese momento, dejé de sonreír, me sentía destruida por dentro; sin embargo, decidí dejar esa tristeza atrás y empezar a sonreír de nuevo. Las palabras de Bryan me habían motivado a seguir adelante y no podía fallarle.

—¿Te encuentras bien, Viviana? —preguntó Pamela, preocupada por mi repentino cambio.

—Sí, estoy bien, no te preocupes. —Comí una de las dos tostadas que yacían sobre mi plato—. Están deliciosas, ¿verdad?

—Sí, tienen un sabor delicioso. La cocinera me regaló dos a mí y he de admitir que emiten un aroma que abre el apetito.

Nuestro desayuno de amigas continuó, las cuatro observábamos a la gente transitar por las enormes calles de la ciudad mientras charlábamos sobre nuestras vidas. Minutos después, una alarma se escuchó muy cerca de nosotras, Pamela sacó su celular y observó que ya era de regresar al trabajo.

Una Vida FelizWhere stories live. Discover now