Blood

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—¡Canta, pedazo de mierda! —Conway gritaba de una manera que Gustabo jamás había escuchado. La voz del mayor se escuchaba tan gruesa y a la vez lánguida al terminar la frase, era como si las manos de Jack que sostenían fuertemente el cabello de aquel joven, al ser tirado con brusquedad, hacían que la intensidad y alcance del grito se elevara hasta envolverlo.

Hilos rojos bajaban del rostro de ese bastardo que trataba de lanzar una sonrisa en dirección a Conway. La curva sátira que se dibujaba en su rostro marcaba el inicio de su muerte y el fin de una cascada de sangre que fue detenida por otro golpe que los nudillos de Jack crearon en la mandíbula izquierda del chico.

Gustabo miraba todo apoyado en una pared. Su pierna derecha estaba doblada, haciendo que la suela de su zapato negro se apoyara en el cemento. Sus largos dedos abrazaban un cigarrillo que era calado cada vez que Conway hablaba, parecían estar sincronizados perfectamente. El mayor volvió la cabeza hacia el subinspector cuando escuchó cómo exhalaba; necesitaba un cigarro para poder seguir con aquella tortura.

Conway caminó a pasos lentos hacia Gustabo, su cuerpo se movía tan finamente con un andar digno de un hombre con poder. Su rostro brillaba por el sudor, y las pequeñas gotas de sangre que estaban impregnadas en él, hacían una combinación perfecta. Gustabo veía a aquel hombre con deseo, mirar cómo se acercaba a él de esa manera le erizaba la nuca. Sólo bastó que Conway le arrebatase el cigarro de los labios para atraparlos con los suyos y exhalar de él mientras sus ojos apresaban las perlas esmeraldas del menor.

Había tensión, Gustabo sabía que se venía la peor parte; sabía lo que significaba esa mirada maniática e inescrutable. Conway regresó con su presa y la tomó del cabello para tirar de él.

—Pedazo de basura, eres la gran escoria —habló con el cigarrillo en los labios. Con su mano libre sacó una navaja del cinturón. Era un arma brillante y filosa, el metal perfecto para cortar piel de un tajo. Delineó el cuello del tipo con ella y siguió hablando quedito. —Te mataré, te escupiré, será la mayor humillación de la historia.

Gustabo captó su atención en el joven que fruncía el ceño y escupía sangre para no ahogarse. Caminó hacia Conway y le quitó su cigarrillo para dar una calada y después tirarlo. Estaba harto, quería ver muerte; quería ser él quien arrebate la vida de esa basura. Le daba risa cómo ese hombre sufría, y le llegó a prender cómo Conway demandaba autoría.

De un movimiento le arrebató la navaja y se sentó sobre el regazo del hombre. Conway lo miró extraño, ¿qué mierda estaba intentando hacer? Pensó.

—Veamos, esto es simple —Gustabo levantó la navaja a la altura de los labios del tipo. Estaba tan cerca de él que la sangre ya había corrido hasta manchar sus pantalones. Sintió el olor metálico tan fuerte y le animó a querer más; ahora él tenía el poder. —Diez segundos para que cantes, sino lo haces, eres hombre muerto.

El rubio se acercó más, sus labios entreabiertos dejaron salir su lengua que acarició la comisura del labio inferior de aquel criminal. De nuevo aquella sonrisa; de nuevo aquel jodido sabor a sufrimiento y muerte.

Conway cruzó los brazos. Su rostro estaba demasiado tenso, ver aquella imagen le producía demasiadas emociones que jamás había experimentado. Miró la posición: las piernas de Gustabo a cada lado del cuerpo del tipo, sus manos sostenían la navaja y sus labios tan cerca de los contrarios que susurraban palabras incapaces de ser escuchadas. La mano izquierda del rubio cubría la boca del preso, y fue cuestión de segundos cuando aquel joven comenzó a moverse con desesperación, pues el frío metal ya había atravesado parte de su cuello, haciendo salpicar sangre sobre el cuerpo de Gustabo.

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