prologo

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En las frías calles de Privet Driver, número cuatro, un gato posado en la rejilla de una casa, tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de
Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puerta de un coche en la
calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es
que el gato no se movió hasta la medianoche. Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron. En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía
una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore

Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna
razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:


-Debería haberlo sabido.

Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un
encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz
más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y
la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador,
hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, no habría podido ver lo que sucedía en la calle

Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el
número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró,
pero después de un momento le dirigió la palabra



-Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.

-¿Cómo ha sabido que era yo? -preguntó


-Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso


-Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una
pared de ladrillo -respondió la profesora McGonagall

-¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí

La profesora McGonagall resopló enfadada

-Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo -dijo con impaciencia-. Yo
creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. -Terció la cabeza
en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley-. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común


El HerederoWhere stories live. Discover now