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M A T E O

Cuatro meses antes.

Su mayor miedo eran las tormentas
y mi mayor miedo era perderla. ❞

por desgracia, ninguno
de los dos conseguimos
superar nuestros temores.

No voy a negar que tener la cama para mi era un privilegio ya que dormir con Darla era todo un reto, la mina no paraba de moverse y a veces me despertaba con su pierna en mi cara.

El motivo por el que estaba durmiendo solo en este gran lecho era porque Guppy tenía al día siguiente un examen y decidió pasar gran parte de la noche estudiando. Me ofrecí a ayudarle pero los dos sabíamos lo renegado que era para los estudios, así que la dejé a lo suyo y me fui a descansar.

A eso de las cuatro de la mañana escuché como empezaba a llover, fue de menos a más intensidad, se podía escuchar las gotas chocando en la ventana y cada vez impactaban con más fuerza. Cuando la primera descarga eléctrica cayó, me levanté de golpe y precedido a ello vinieron uno detrás de otro, sin cesar. Me froté los ojos intentando ahuyentar el sueño y fui en busca de mi novia.

Su mayor miedo eran las tormentas y mi mayor miedo era perderla.

En el salón como suponía no estaba, los libros reposaban en la mesa y la pequeña lámpara iluminaba ese punto.

Caminé hasta la habitación de invitados y abrí la puerta, como el resto de la casa estaba a oscuras. Un destello proveniente de fuera alumbró el cuarto y segundos después se dio el trueno. Escuché un grito ahogado y luego unos sollozos, me acerqué al armario y lo abrí, dentro estaba Darla con sus manos sobre los costados de la cabeza y las piernas en el pecho.

— Nena — me agaché hasta estar a su altura. Tardó unos instantes pero me miró, su mirada trasmitía miedo, angustia y desesperación y sin pensarlo dos veces me metí dentro. — ¿Me haces un hueco?

Un poco dudosa aceptó.

Cerré las puertas del armario y me senté posicionándome en frente de ella, nos mantenimos en silencio, un silencio que solo interrumpía la lluvia. Mis dedos dibujaban circulitos sobre la piel de sus piernas, cosa que sabía que a la larga le relajaba. Poco a poco fue tranquilizándose, no le salían lágrimas, su respiración estaba regulada y su cuerpo ya no estaba en tensión. Bajó los brazos y yo aproveché para cogerle de las manos.

— Ya pasó Guppy, ¿estás bien? — asintió lentamente. — ¿No es un poco irónico que te den miedo las tormentas y salgas con un pibe llamado Trueno? — recé por que se tomara bien el comentario y lo hizo, un pequeña sonrisa adornó su rostro.

— Un poco — susurró.

En ese momento y como si lo hubiera convocado, otra descarga eléctrica cayó y el sonido fue desgarrador. Darla pegó un pequeño bote y me miró aterrorizada, las lágrimas se le acumulaban en los ojos y su cuerpo comenzó a temblar levemente.

— Tranquila, no pasará nada — apreté sus manos suavemente. Intenté que me siguiera en unos ejercicios de respiración que había aprendido para estos casos. — Aguanta cinco segundos y suelta el aire por la boca — su respiración volvió a ser regular.

— Gracias — murmuró acercándose a mi y dándome un abrazo. Le devolví el gesto achuchándola fuerte. — Vamos a dormir.

— ¿Estas segura? Nos podemos quedar un rato más si quieres.

Negó con la cabeza, se levantó con su mano entrelazada a la mía y me ayudó a incorporarme. Abandonamos la habitación de invitados y nos dirigimos a nuestra pieza, apagando la luz de la lámpara por el camino. Nos tumbamos en la cama, ella con su cabeza apoyada en mi pecho y yo con mi brazo alrededor de su cintura.

En el exterior el diluvio era menos intenso y el reloj de la pared marcaban las cinco y cuarto de la madrugada.

— No se que haría sin ti — murmuró.

— No tendrías el mejor apodo de toda Argentina — Darla largó una risita.

Pasaron unos minutos y pensé que se había dormido ya hasta que susurró:

— Te amo Mateo, eres el único trueno al que le tengo aprecio.

si te vas; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora