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D A R L A

Como todas las mañanas a la misma hora, el despertador sonó vibrando por toda la mesa y yo lo lancé hasta el punto más alejado de la habitación, me sorprendía que el objeto aún se mantuviera intacto.

Me levanté muy a mi pesar y comencé mi rutina de asearme, vestirme y desayunar revisando el correo junto a mi taza de café. Tenía unos cuantos mensajes que pensaba mirar una vez estuviera en la oficina, además de una llamada perdida de Mateo. Miré la hora y calculando mentalmente la de allí teniendo en cuenta la diferencia horaria, llegué a la conclusión de que seguramente estaba durmiendo y no quería molestarle.

Estos últimos dos meses había estado mucho más ocupada que al principio, ya que según mi jefe había tenido suficiente tiempo de adaptación y debía ponerme ya al nivel de mis compañeros. También recalcaba que por más que fuera la hija de uno de sus mejor amigos no me iba a brindar ningún tipo de lujo o ventaja y eso era lo único en lo que ambos coincidíamos.

Una vez me terminé el líquido, dejé la taza en el fregadero, guardé el ordenador en su funda y agarré mi bolso dispuesta a salir. Mis tacones resonaban en las solitarias calles de Berlín mientras caminaba hacia la parada de autobús que no tardó mucho en llegar.

— Guten morgen Ma'am (buenos días señora) — me saludó como siempre el conductor.

Le dediqué una sonrisa y tomé asiento en la parte de atrás. No había día en el que las señoras no me miraran sorprendidas y es que no pegaba mucho mi forma de vestir formal con el transporte público, pero esa no era suficiente excusa como cambiar mis hábitos.

Veinte minutos exactos después llegué a mi destino, la empresa Freie Presse. Me adentré en ella y esperé el ascensor mientras saludaba amigablemente a cualquiera que pasase. Las puertas de este se abrieron y me metí cuando mi maravilloso jefe hizo presencia y se puso a mi lado. Iba vestido como todos los días: traje grisáceo con una camisa azul cielo y la corbata de un tono más oscuro.

Como era normal, todas las mujeres de la sala se pararon a observarle sin ningún tipo de pudor, y es que mi jefe era un treintañero que robaba el aliento a cualquiera que estuviera a su alrededor. A cualquiera menos a mi.

— Darla — habló.

— Señor Hoffman — respondí mientras presionaba el botón.

— Ya te he dicho que me puedes llamar Derek.

— Y yo le he dicho que no me siento cómoda llamándole así.

La máquina empezó a subir los pisos.

— ¿Hiciste el informe que te pedí?

— Sí, enseguida se lo llevo.

Llegamos a nuestra planta y le seguí hasta su despacho, que estaba al final de esta.

— ¿Qué tenemos hoy? — se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá de cuero para luego sentarse en su escritorio.

— Una reunión con la señora Meyer para informarle sobre los problemas con la editorial y... — hice memoria pero no se me vino nada a la cabeza.

— La comida con Jennel — terminó por mi.

— Eso... Le entregaré el informe y vendré con su café, ¿necesitará algo más?

— Solo que estés preparada para la reunión con Meyer, necesito que tomes nota de lo más importarte — asentí y me dispuse a salir cuando me habló otra vez. — ¿Por cierto, has hablado con tu padre? — negué con la cabeza. — Ah bueno, supongo que te lo dirá más tarde.

¿El qué?

Si me disculpa...

Cerré su despacho, tomé asiento en mi puesto de trabajo que estaba justo al lado y me puse a laborar.

٭٭٭

Ocho horas sin parar después, di por finalizada mi jornada y una vez tuve todo recogido fui a despedirme de mi jefe.

— Ya me voy señor — levantó la mirada de unos papeles y la posó en mi.

— ¿Quieres que te lleve? Si esperas un segundo a que...

— No, no hace falta. Tomaré el bus.

— Ni hablar, yo te llevaré — guardó todo en su maletín y nos pusimos en marcha hasta el parking. Una vez allí nos montamos en su deportivo negro y me llevó hasta casa. — ¿Cómo te estás adaptando? — preguntó parando en un cruce.

— Supongo que bien.

— Echarás de menos a tu gente, ¿verdad?

Asentí, en específico a una persona.

— Ha sido muy valiente lo que has hecho Darla — arrancó de nuevo. — Quiero decir, te has salido de tu zona de confort para perseguir tu sueño... Realmente te admiro por ello.

— Gracias — dije sonriendo, que el director de una de las editoriales más importantes del país te dijera eso era todo un privilegio. Cinco minutos después ya estábamos en frente de mi casa. — Gracias por traerme.

— No hay de qué, nos vemos mañana — me despidió y bajé del coche.

Entré en casa y lancé los tacones por los aires mientras iba al baño con la intención de darme un baño, pero mi teléfono sonó y me vi en la obligación de cogerlo.

— Papá.

— Hola cariño, espero no molestarte.

— No, tranquilo. ¿A qué debo tu llamada?

Yo tan cariñosa siempre.

— ¿Todavía no te ha dicho nada Derek?

— No, ¿me lo dices tú, por favor?

— Sí, claro. Ya sabes que el aniversario de Freie Presse está a la vuelta de la esquina y como todos los años celebraremos una fiesta — asentí aún sabiendo que no me veía. — Bien, pues este año lo haremos aquí en Argentina.

— ¿En Argentina? ¿Y eso? — pregunté asombrada.

— Como te dije, estoy intentando abrir algunas sucursales aquí, necesito empezar a conocer a gente del mundillo y no veo mejor manera de hacerlo.

No cabía en mi felicidad, iba a volver a ver a Mateo mucho antes de lo previsto.

— Genial papá.

— Todavía hay más — escuché atentamente. — Necesito que lleves a un acompañante.

— Supongo que Mateo no tendrá ninguna objeción en venir conmigo — reflexioné.

— No hija, tu acompañante debe ser Derek.

si te vas; truenoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt