Contigo

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“Escribo esta carta porque sentí la necesidad de expresarme, de decir lo que siento, de plasmar mis pensamientos en el papel, de poder analizar mi interior. Sólo sé que esta carta al estar finalizada, podré leerla y después enterrarla en lo más profundo de mi interior.

Bueno, empecemos…

Ya han pasado más de tres años en donde no lo volví a ver, hablo del chico más maravilloso del mundo, del chico que amé, amo y amaré, aparte de él tampoco he visto a mi madre, la cual la extraño y siento que me hace mucha falta, tampoco he visto a mi padre, ya que está con mi madre y aunque lo conocí muy poco, me enseñó tantas cosas valiosas y con él que comparto la parte terca de mi carácter. No he visto a mi hermano, aunque no lo fuéramos de sangre, también lo extraño y obviamente extraño a esos amigos valiosos que forjé en mi tiempo con ellos, junto con mi primito al cual nunca pude entregarle mi obsequio, aquellos coloridos crayones.

Recuerdo esa despedida como si de ayer se tratase…

Lo había besado, amaba besar sus labios era mi paraíso, luego de eso llegó el momento, mi mano estaba entrelazada con la suya. No quería soltarlo. Mi madre y todos los demás estaban tristes, incluyendo a mi tío que por lo que me habían dicho no era muy expresivo, pero creo que los pocos instantes que estuve con él, si me tomó aprecio. De repente mi padre me abrazó, me dijo un millón de veces lo mucho que me amaba y si no me equivoco me reiteró cien millones de veces que lo perdonara por no haber estado a mi lado por esos quince años. No tenía nada que perdonarle, él creyó que estando separados mi madre estaría a salvo en nuestro mundo y así fue pero el mundo era triste. Después me despedí de los demás, cada uno con lágrimas en los ojos. Como odiaba las despedidas, pero no por el hecho de yo estar con tristeza sino, porque ellos se ponían tristes. Finalmente llegó desgraciadamente, mi adiós con Tackey… ¡por el amor de Dios, no quería dejarlo! Y ahí fue cuando estallé en llanto, sólo nos abrazamos, Tackey tomó mi mano y la besó como solía hacerlo en el tiempo que entrenaba con mi padre.

El atardecer llegó y con él trajo a Mizuki, esa mujer de la luna que tenía unos hermosos cabellos igual de plateados que los de mi padre, mi tío y obviamente yo, pero sólo con menor intensidad. Me dijo que ya era hora, en ese momento escuché a mi madre llorar un poco más fuerte, me acerqué y la abrace, le susurré lo mucho que la amaba. Después fui donde se encontraba Mizuki y unos brazos rodearon mi pierna izquierda, era el pequeño Kinya que vino a darme su último abrazo, en eso Mizuki me pidió los restos de la piedra lunar que aún conservaba conmigo y la reparó. Nadie sabía el porqué de su acción, pero estábamos expectantes a cada movimiento que ella hacía. Se acercó a Kinya y le dio la piedra lunar. “ahora tú eres el nuevo dueño de la piedra lunar, eres tú a quien voy a proteger”. Fueron las palabras de ella antes de irnos.

Desperté en mi habitación, pensaba que todo había sido un sueño. de repente escuché el ruido de la puerta y me levante…, mi cabello estaba largo y con mechones plateados, me observé en el espejo y tenía mis ojos dorados como los de mi padre, mis manos tenían garras y por ultimo mis ropas estaban sucias. Nada había sido un sueño estaba en mi casa, sin mis padres, el pozo nuevamente sellado y sin Tackey.

Después de eso pasaron los tres años, estoy por entrar en la universidad de Tokio gracias a una beca estudiando “teoría e historia del arte” al inicio algo aburrido, pero emocionante a la vez. Apuesto que ellos estarían orgullosos de mí. Me encantaría encontrarlos por ahí o por lo menos saber que fue de ellos, donde están sus restos para visitarlos, pero no sé nada y es lo que más triste me pone.

Extraño a mi Nana, ella murió en un accidente automovilístico un año después de mi regreso y ahora vivo con mi tío Souta y la tía Hitomi, quienes tienen ya dos niños: una niña llamada Kagome, en honor a mi madre, y un niño llamado InuYasha, en honor a mi padre. 

Mizuki, la hija de InuYashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora