Remus Lupin

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Decir que fue vergonzosa la charla que su querido tío le dio era quedarse corto de palabras. Quizás se hubiera reído cuando comenzó a usar la metáfora de las abejas pero terminó volviéndose tan rojo como un tomate maduro cuando dejó eso de lado al ver que no estaba sirviendo y comenzó a explicarle sin ataduras en su lengua las características de la anatomía femenina, las mejores formas de prevenir un embarazo e incluso las posiciones que a él le gustaban. Casi se sintió enfermo.

Tuvo que pasar toda esa noche y una buena cantidad de horas siendo incapaz de ver a Lessi a la cara para reunir el valor suficiente de hablarle directamente sin volverse un tomate maduro. Por fortuna, los preparativos para regresar al castillo lo mantuvieron ocupado tanto a él como a los dos hermanos Nott. Su abuela no dejó tampoco que tuvieran oportunidad de estar durante demasiado tiempo juntos; y, si lo estaban, siempre estaban todos los demás acompañándolos.

El regreso al castillo también fue más complicado ya que en vez de tomar el tren de regreso, su abuela creyó que era mejor que todos usaran la red flu y salieran directamente en el despacho del director. Por alguna razón, esto molestó a Alessia, quien tras enterarse de la noticia permaneció en un profundo silencio del que sólo era sacada cuando alguno de los adultos se dirigía a ella. Aunque incluso en esos momentos sus respuestas eran cortas y demasiado formales.

Dado que apenas estaba superando su vergüenza, no se atrevió a preguntarle al respecto pero en cuanto llegó el momento de marcharse y la tensión en el cuerpo de su prometida se hacía más notable, no pudo contenerse más y se acercó a ella, atreviéndose incluso a tocar ligeramente su mano.

— ¿Estás bien?

—Por supuesto.

La respuesta había sido igual de distante que la que daba a los adultos, lo cual le dijo que estaba mintiendo. Iba a interrogarla de nuevo en ese momento pero Theo también se les acercó y prefirió no insistir. Tras las despedidas y advertencias de buen comportamiento de parte de su abuela, fueron pasando uno por uno por la chimenea.

Theo fue el primero en ir. Se despidió de los adultos con cordialidad pero puso más atención en la abuela de Neville, deteniéndose incluso para besar su mano con galantería. Lessi fue la segunda en usar la chimenea. Sentía unos terribles nervios en la boca de su estómago al tener que ir a la oficina de Dumbledore. Ella había querido ir y hablar con el hombre pero no quería verlo tan pronto. No se sentía con el valor suficiente como para poder mirarlo a los ojos y actuar como si nada estuviera sucediendo. Su hermano le dijo la noche anterior que estaba siendo irracional y por un momento pensó que tenía razón. Ella era buena mintiendo y aparentando que todo estaba bien, ¿por qué habría de afectarla esto?

Pero en cuanto salió, casi cayendo del interior de la chimenea al despacho del director del colegio, y vio que no sólo se encontraba el anciano allí sino también un Harry Potter bastante molesto, supo que sus nervios y miedos no habían sido nada irracionales. El corazón se le aceleró en el mismo instante en que comprendió que estaba metida en muchos más problemas de lo que había imaginado tener.

Y para su peor suerte, estaba sola. Su hermano no estaba en el despacho.

— ¡Eres una...!—comenzó Harry a arremeter contra ella.

—Harry, por favor—lo interrumpió Dumbledore antes de que él pudiera arremeter contra ella—. Recuerda lo que hablamos.

Fue muy oportuno porque en ese mismo momento la chimenea volvió a arder, dejando entrar a Neville. Harry la tomó del brazo, empujándola a un lado. Podía sentir la fuerza de sus dedos presionando su muñeca. Le dolía pero no emitió ningún sonido para no demostrar debilidad. Lanzó una disimulada mirada en su dirección, notando sus rasgos tensos. Luego miró al anciano, quien sonrió ligeramente a su prometido al verlo.

Flores del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora