Manos entrelazadas

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Itadori Yuuji se encontraba encerrado a espera de su ejecución.

Y él, había estado haciendo de todo para poder verlo. Pero nadie le decía siquiera donde se encontraba.

No sabía si seguía en la academia, si se lo llevaron los peces gordos o si seguía en Tokio.

No saber donde estaba Yuuji le estaba matando.

Y Nobara no despertaba.

Se sentía tan solo después de haberse acostumbrado a la compañía de Kugisaki, a las torpezas de Itadori, y  las estupideces que ambos protagonizaban y le hacían reír, dejando atrás el rostro estoico y sin emociones para demostrar que estaba feliz. Esos dos lo hacían feliz.

Ya ni tenía a Satoru, la persona que se había mantenido a su lado desde su infancia, que le enseñó que había más gente que podía ver las mismas cosas que él y que incluso las combatían para salvar a los demás. Ya no tenía a ese adulto inmaduro, tonto, loco e infantil que siempre le seguía la corriente a sus peculiares compañeros.

Y ahora le querían quitar a Itadori.

Lo extrañaba tanto.
Extrañaba que en las mañanas golpeara su pared para despertarlo, escuchar su estruendosa voz llamarlo junto con los golpes que estaba seguro, un día destrozarían su pared y estantería donde guardaba sus libros por la tremenda fuerza bruta que se cargaba.

Extrañaba salir de su habitación y encontrarse a Itadori esperándolo, con una sonrisa que compite con la brillantez del sol mañanero.
Extrañaba que él le regañara por ser un perezoso, por amar más estar en su cama, y en medio de parloteos caminar a buscar a Kugisaki para adentrarse a una misión que; sabían los tres, que saldrían vivos.
Ellos sabían que se volverían a ver.

Pero ahora estaba solo.
No tenía a nadie, odiaba no despestar con golpes, no ir acompañado a misiones, no escuchar gritos o las voces muy ruidosas, odiaba el ya ni poder regresar de una misión y caminar con Itadori hasta sus habitaciones en siencio; molidos, cansados y con ganas de dormir y escuchar la suave y desganada despedida de Itadori mientras abría la puerta, le dedicaba la última sonrisa del día y se iba.

Y él quedaba ahí, con el corazón lleno, feliz y completo.

Pero ahora ya no tenía nada, solo una duda, una duda que no le dejaba dormir por las noches.

****

Después de mucho insistirle al director Yaga había logrado averiguar los posibles lugares en el que podrían haber encerrado a Yuuji.

Y su semana se había dedicado a eso.
Averiguar donde estaba Itadori Yuuji.

Sabía que lo que hacía estaba rompiendo el código de los hechiceros y, sinceramente hablando, le valía un comino, Itadori no era una amenaza, y necesitaba verlo, saber si estaba bien y como estaba afrontando todo. Él era demasiado sensible, no podía estar solo en un momento como este.
No quería dejar a Itadori solo más tiempo.

Lo último que le faltaba revisar era un santuario de la familia Zenin, que estaba sumamente protegido por varios hechiceros de semi 1er grado.
Era una propiedad fabricada al estilo de las grandes casonas japonesas, con patios llenos de plantas, flores, bambús, budas tallados en piedras y estanques.
Parecía una casa común y corriente pero la excesiva seguridad lo ponía en sospecha.

¡Definitivamente Itadori estaba ahí!

*****

Su cuerpo estaba lleno de golpes, y cortes, estaba exhausto mientras caminaba como podía revisando las habitaciones, y a veces se preguntaba: ¿será que en alguna pelea podría salir menos golpeado?
Pero ya sabía que no, la vida misma lo trataba como un saco se boxeo, así que lo mejor era aguantar.

¿Qué te interesa de mí?Where stories live. Discover now