Te amo

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La noche había caído cuando ambos se encontraron.
Los rayos del sol murieron en el horizonte ahogándose en las olas del mar profundo, y emergieron las luces tilitantes en el firmamento, la estrella gigantesca brillante en el apagado cielo cubierto de pequeñas luces alumbrantes.

Una suave brisa fresca acariciaba la piel en un ínfimo toque, imperceptible y delicado, casto y suave que apenas y podía sentirse. Las hojas de los árboles se alborotaban, algunas desprendiéndose de las ramas y luego bailaban por los aires hasta llegar a tierra firme.

Megumi estaba sentado en el pasto debajo de un árbol, estirando su mano en un intento de que esas hojas que caían aterrizaran en su palma, sintiendo la fresca corriente bañar su rostro y balancear su cabello cual tinta negra en el aire, como si flotara, como si volara. Él estaba allí, en medio de la soledad de la noche silenciosa en espera de un demonio que venía a su encuentro.

Fue cuando el ambiente calmado y tranquilo cambió abruptamente a una bruma inquietante de maldad y sangre que Megumi sonrío feliz, sabiendo que el demonio se acercaba, a pasos lentos, torturando con su presencia aplastante e intimidante para cualquiera, menos para él que le esperaba con una tenue sonrisa.

- ¿Por qué no estabas en tu habitación? - la maldición se paró a su lado mirando el punto en que la mirada azulada del menor parecía perderse con cada segundo - Fui a buscarte allí pero no estabas.

Las hebras revolotearon dispersándose en todas direcciones. Fushiguro bajo su mano y enredó los dedos en el pasto, en la hierba creciente tratando de distraerse, tirando de ella y arrancándolas, sintiendo a los rubíes siguiendo sus acciones.

- Solo quise venir aquí - dijo - porque quiero hablar contigo y si estamos en mi cuarto no vas a dejarme hablar.

La maldición soltó una suave risa dándole la razón. Y el hechicero volteó a mirarle, reconoció los rasgos de Itadori empañarse de la presencia de la maldición, las marcas de petróleo recorriendo su cuerpo, el aura putrefacta. Era Sukuna, su rey de las maldiciones.

- Sabes bien que yo soy un hechicero ¿no? - cuestionó atrayendo sus piernas hacia su pecho y abrazándolas, con tristeza - y tu eres una maldición... esto que tenemos... esta mal a los ojos de cualquiera.

La maldición resopló encogiéndose de hombros como si eso no le importara.

- ¿Y por qué debería interesarme la opinión de alguien? Ustedes los humanos viven prohibiendose cosas, tachando de incorrecto y pecaminoso lo que más desean, ustedes son así. Humanos hechos de luz y oscuridad que siempre anhelaran lo incorrecto - Él se sento a su lado, acariciando los cabellos con ternura, los dedos se deslizaron con suavidad por la piel y el oceáno atrapado en aquellos orbes chispeó, las olas chocaron reflejando el brillo de la luz de luna - A mi no me importa nada de eso yo solo... quiero estar contigo. Es lo único que deseo.

Fushiguro abrió los ojos, anonadado, sorprendido, sin palabras coherentes que pudieran abandonar sus labios temblorosos. Pero entonces, comenzó a reír. Soltó una carcajada suave como un soplido fresco de una tarde de primavera sorprendiendo a la maldición haciendo que aleje su mano del toque sobre el chico que se deshacía en risas cantarinas.

- ¿Dije algo gracioso? - preguntó. Y Megumi negó con la cabeza dejando que la risa muera poco a poco - Entonces por que te ries, estamos en un momento serio ¿sabías?

- Lo lamento pero es que.. yo pensé que me declararía primero y tú dirías algo como: Si si si ya vamos a coger. No pensé que te me adelantarías.

- Eso viene después por el momento estamos... cursis.. como dice el mocoso - comento con una sonrisa - por eso mejor te hubieras quedado en tu habitación, ahora me toca aguantarme hasta que lleguemos.

¿Qué te interesa de mí?Where stories live. Discover now