Capítulo 04

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—¿Quieres que me vaya?— pregunté tratando con todas mis fuerzas por que mi voz no saliera temblorosa. Estaba a punto de entrar en una crisis, pero él no lo sabía, y francamente, estaba mejor así.

—Eso quiero.

Mi mano se posicionó en su cadera, sin darme cuenta. Tragó saliva ruidosamente, mientras mi otra mano se enredaba en la parte trasera de su cuello. Quería tenerlo cerca de mí. Temía que, si cerraba los ojos, iba a desaparecer.

Cerró los ojos, esa fue mi oportunidad perfecta para, con mi lengua, rozar sus suaves y deliciosos labios. Se estremeció en su lugar, pero no se apartó, en ningún momento lo hizo.

Moría por besarlo, por tenerlo.

Entonces, hizo algo que jamás imaginé que haría: entreabrió sus labios, dándome ascenso para poder probarlo de una buena vez por todas; no rechisté. Lo besé, al principio solo fueron inocentes y temerosos roces, pero, con el pasar de los segundos, las caricias se fueron intensificando, se volvieron movimientos urgente, necesitados. Mi mano apretó su nuca mientras las suyas exploraban mi pecho y brazos.

Me sentí desfallecer.

—¿A qué crees que sabes?— la pregunta salió de mis labios cuando pausamos el beso para poder respirar un poco.

—¿A qué?— preguntó con la voz entrecortada. Sus ojos aún seguían cerrados.

—A mi maldita perdición.

Entonces, por la adrenalina del momento, estampé mi boca con la suya, de nuevo. Jadeó por el impacto. Me di cuenta de que algo había cambiado.

Mis labios empezaron a moverse con urgencia y necesidad. En ningún momento me apartó, pero tampoco me correspondía el beso. Seguía besándolo, implorándole con mis caricias que me correspondiera, pero no lo hizo. Mis manos bajaron a sus caderas y las pegué a las mías.

Pero nada lo hizo reaccionar.

—Joder, Dylan. — me separé de él. Me restregué mi rostro con las manos, frustrado, dolido. No me miraba, sus ojos estaban anclados en cualquier lugar, menos en mí.

Negué con la cabeza mientras una sonrisa amarga apareció en mi rostro. Me acerqué a la salida a zancadas. No podía seguir ahí, no podía fingir que no me dolía su rechazo.

Jamás creí que dos simples palabras podrían destrozarme en menos de dos segundos. Pero, como de costumbre, me equivoqué...

—Te odio— susurró a mis espaldas haciendo que me parara de golpe. Cerré los ojos con fuerza.

—Tranquilo, el odio es mutuo— solté una risa amarga mientras tomaba el pomo de la puerta.

Entonces pasó algo que me dejó totalmente sorprendido, desconcertado:

De una manera brusca, enredó su mano en mi brazo haciéndome girar, ni siquiera me dio tiempo de decir algo porque sus labios ya estaban sobre los míos saqueando mi boca desesperadamente.

Tardé unos cuantos segundos en responder el beso, pero cuando lo hice, mis manos sostuvieron su rostro para profundizarlo. No era lento, era rápido, brusco, lleno de deseo por sentir al otro.

Y... algo reaccionó de manera inmediata entre mis boxers.

—¿Qué tanto me odias?— pregunté sobre sus labios. Gruñó estampando mi cuerpo contra la pared.

—Muchísimo, como no te imaginas— respondió. Sonreí cuando sus movimientos se volvían más y más urgentes, no me pasó desapercibido el cómo presionaba su entrepierna con la mía, buscando alivio.

Una D para Lucas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora