Capítulo 17

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Me detuve frente a la piscina donde Nell nadaba sin prestarle atención al exterior. Últimamente estaba más silenciosa, no iba de un lugar a otro gritando como una histérica y odiando al mundo. Me sentía como un pésimo hermano, pues era demasiado egoísta como para no sentarme a preguntarle qué estaba pasando en su vida. Me había centrado tanto en mis problemas, que había olvidado los suyos.

Me dejé caer en una pequeña silla acolchada, tomando un sorbo de mi coca cola. La primavera por fin había llegado junto con el mes de marzo y yo no podría estar más feliz, aún sentía el frío del invierno por las noches y las incesantes lluvias, pero, fuera de eso, todo era perfecto.

Mis ojos se desviaron hacia mi melliza, que salía del agua con una ligera sonrisa en los labios.

—¿Qué tal el agua? — pregunté, poniéndome de pie para extender mis brazos en su dirección. No tardó en correr hasta mis brazos y envolver los suyos en mi estómago. 

—De maravilla— respondió, escondiendo su rostro en mi pecho.

Duramos en la misma posición por un par de minutos más, mientras dejaba un rastro de besos por su sien y ella soltaba risitas. Tomé su rostro entre mis manos y la obligué a mirarme.

—¿Qué tal todo? Me siento un terrible hermano por pensar en mí y dejarte a un lado.

Esas últimas semanas habían sido una total locura; la graduación estaba cada vez más a la vuelta de la esquina, los trabajos finales me habían bombardeado sin compasión, llevándose consigo mi estabilidad mental. El vientre de Gina empezaba a ser más notable, pues según lo había dicho ella, ya llevaba dos meses... o algo así. Nuestra relación era tensa, nuestros padres aún no sabían del bebé. No estaba preparado para que lo supieran. Lo raro de todo, era que no me había dejado acompañarla con la ginecóloga. Siempre trataba de mantenerme lo más lejos posible.

Y en cuanto a él.

Dylan…

Mi hermoso pelinegro.

Después de aquella noche, en la que nos olvidamos del mundo entero, nos habíamos encontrado un par de veces, por Jeremy y los demás chicos. Habíamos charlado e incluso bromeado, pero no nos besamos, ni mucho menos llegamos a tocarnos, y sentía como la locura y desesperación estaba consumiéndome con ferocidad.

Lo necesitaba, ansiaba sus besos, sus palabras, deseaba tocarlo y amarlo sin restricciones.  

—¿Lucas…? —preguntó Nell, sacándome de mis pensamientos.

—Dime lucecita.

—Ayer discutí de nuevo con papá— susurró— Te juro que no quería, pero, yo… estampé un florero en el suelo y... me corté. No sé qué me pasó, no lo pensé, solo… yo— soltó un sollozo y cubrió su rostro con las dos manos.

—¿Está sucediendo de nuevo? —pregunté lentamente, tomándola por los hombros para obligarla a mirarme.

Me miró con intensidad.

Estaba sucediendo.

—No sé qué me pasó— dijo de nuevo, con la voz temblorosa.

Nell fue diagnosticada como una niña histriónica a los siete años de edad. Al principio solo fue una sospecha para mis padres por su manera de actuar, la exageración de sus llantos, la manera tan impulsiva de sus actos, el cómo siempre estaba tratando de ser el centro de atención de mis padres. No fue hasta un año después que fue tratado con psicoterapias, muchas veces recayó, pero con el tiempo, aquello fue disminuyendo hasta el día que desapareció por completo. Nell volvió a ser la niña feliz de siempre, siguió yendo con el terapeuta por un tiempo, hasta que llegó a la adolescencia. Nell no soportó la ausencia de nuestros padres, los viajes de negocios de mi padre, las salidas de mi madre con sus amigas. Mi melliza dejó de ser tan deslumbrante y feliz conforme iba creciendo, algunas veces no llegaba a casa a dormir, se quedaba con alguna amiga o novio, bebía e iba de fiesta en fiesta. Aquel arranque de rebeldía duró un año, justo después de haber sufrido ese accidente… Empezó a escucharme, nos volvimos más cercanos.

Una D para Lucas Where stories live. Discover now